sábado, 27 de octubre de 2012

Belleza al detalle

La Fundación Mapfre, en su sede de AZCA, ha empezado la temporada con una retrospectiva de la fotógrafa norteamericana Imogen Cunningham. Hace unos meses hice referencia a cómo las exposiciones de la Fundación me han ayudado –y me siguen ayudando– a rellenar huecos de mi incompleta visión de la historia del arte. La exposición actual me ha servido para recuperar a una artista que supuestamente di en clase, aunque ahora no lo recuerde. Estoy seguro de que eso no va a volver a pasarme. 
     Desde una edad temprana, Imogen Cunningham (Portland, 1883 - San Francisco, 1976) fue animada por su padre a desarrollar sus inquietudes artísticas. A juzgar por su prolífica carrera, que desarrolló a lo largo de más de sesenta años, uno se pregunta si esta mujer pudo haberse dedicado a otra cosa que no fuera la fotografía. Estudió química en la Universidad de Washington para adquirir formación técnica para su futura dedicación. Después se le concedió una beca para estudiar química fotográfica en Dresde y, al volver a los Estados Unidos, abrió su primer estudio de retratos. 
     Los organizadores de la muestra han decidido no seguir un orden cronológico, sino dividir las obras de Cunningham por temáticas. Durante una carrera tan larga, es de suponer que pocos motivos escaparon a su cámara. La primera parte de la exposición se dedica a escenas urbanas; la última, a los retratos. Lo que queda en medio son quizá los temas más conocidos de Cunningham: las plantas y el cuerpo humano. 
     Al llegar a esta parte de la muestra, el espectador atento se habrá percatado ya de que Imogen Cunningham estaba plenamente al día de las innovaciones en la fotografía, y seguramente habrá pensado en las vanguardias europeas al ver imágenes como Depósito de Shredded Wheat. Pero las fotos de plantas y cuerpos son otra cosa. Aunque comparten con aquéllas una mirada moderna –encuadres inesperados, un interés mayor en la forma que el contenido, etc.–, estos primeros planos de plantas y torsos humanos son la verdadera aportación de Cunningham a la historia del arte. 
     Definir, como acabo de hacer, a estas fotografías como primeros planos es subestimarlas. Es como si Cunningham quisiera llegar a la raíz misma de sus sujetos. Por muy teórico que uno se ponga, lo cierto es que lo que fascina de estas fotografías es su pura belleza. No es una mera cuestión formal. En Cunningham podemos ver lo mismo que en los cuadros que por los mismos años estaba pintando Georgia O’Keeffe. En ambos casos, los detallados retratos de flores parecen llevar una fuerte carga simbólica. Tomemos como ejemplo las connotaciones eróticas de algunas de estas magnolias. 
     Aunque estas imágenes sean probablemente las más impresionantes, sería injusto desestimar el resto de la exposición. Cunningham se interesó por todo tipo de temas, que trató siempre con igual sensibilidad y modernidad. Sus paisajes urbanos y dobles exposiciones son perfectos ejemplos. En cualquier caso, Cunningham no tuvo que recurrir nunca al melodrama o la sobreactuación. Lo que casi siempre nos demuestra es que, si uno se fija, la belleza está mucho más cerca de lo que pensamos.

Imogen Cunningham. Fundación Mapfre. Avenida del General Perón, 40. Madrid. Hasta el 20 de enero de 2013.


Flor de magnolia, 1925. ©2012 Imogen Cunningham Trust


Beauty up close

Madrid’s Fundación Mapfre opened the season with a retrospective exhibition dedicated to American photographer Imogen Cunningham (Portland, 1883 - San Francisco, 1976). The Foundation is a reference point in Spain when it comes to photography. It has brought it closer to a wide public with retrospectives dedicated to the likes of Walker Evans, Lisette Model or, more recently, Lewis Hine and E. O. Hoppé. With the current show, the Fundación keeps up the good work.
     Imogen Cunningham was, from a short age, prompted by her father to pursue her artistic aspirations. Judging by her tremendously prolific output over the course of more than sixty years, one wonders if this woman could have been anything but a photographer. She studied Chemistry at the University of Washington in order to obtain scientific background for her future dedication. She was later awarded a grant to study photographic chemistry in Dresden and, as soon as she returned to the U.S., opened her first portrait studio.
     The curators of the exhibition have decided not to follow a chronological order, but rather to divide Cunningham’s works into different thematic categories. In a career so long, it’s needless to say that few themes escaped her camera. The first part of the show is dedicated to depictions of urban life; the end concentrates on portraits. What is left in the middle are perhaps Cunningham’s most well known subjects: plants and the human body.
     Upon reaching this part of the exhibition, the attentive spectator will have already noticed that Imogen Cunningham was fully aware of the latest innovations in photography, and will be reminded of the European avant-garde in photos such as Shredded Wheat Water Tower. The pictures of plants and bodies, though, are something else. While they share the same modernist approach to photography –searching for the unexpected frame, an interest in form more than in content, etc.–, these close-ups of magnolias or human torsos are Cunningham’s very own contribution to art history.
     To define these pictures as close-ups as I have is, in truth, an understatement. It’s as if Cunningham was aiming to reach the very core of her subjects. However theoretically we read into these images, what really takes the unaware spectator’s breath away is their sheer beauty. This beauty is far from just formal. In Cunningham, we can probably see the same as in the paintings Georgia O’Keeffe was producing at the time. In both cases, the detailed depictions of flowers seem to carry heavy symbolic meaning. Take, for example, the erotic connotations of some of these magnolias.
     Although these images are probably the most impressive, it would be unfair to dismiss the rest of the exhibition. Cunningham took interest in all kind of subjects, which she always treated with equal sensitivity and modernity. Her urban landscapes and double images are perfect examples. In any case, Cunningham turned to no theatricality or overplayed drama. What she nearly always comes to show is that beauty can be found much closer –in all senses– than we think.

Imogen Cunningham. Fundación Mapfre. Avenida del General Perón, 40. Madrid. Until 20th January 2013.

martes, 16 de octubre de 2012

Bazar de artista

El primer estudio de artista que he visitado se parece más a una almoneda. Allí se amontonan tableros de ajedrez, muñecos, piezas de cubertería, alambre de espino y un sinfín de objetos de dudosa utilidad. Sobre una mesa hay unos libros, y al abrirlos uno recuerda por qué está allí: es el estudio de Chema Madoz (Madrid, 1958). En la amplia sala, hay una esquina que se libra del cúmulo de objetos; solamente hay una cámara sobre un trípode, pues es allí donde el fotógrafo compone muchas de sus inconfundibles obras. De pronto, entre las estanterías empiezo a reconocer algunas de ellas. A veces están a medias, como esas castañuelas en las que absurdamente echo en falta una perla. 
     Chema Madoz cumple uno de los preceptos que a mí más me importan en el arte: hacer que el espectador mire de cerca. Una fotografía suya no se puede mirar de pasada, como tampoco muchos de los objetos que pululan por las mesas y estantes de su estudio: me da por asomarme a una inocente taza de café y me encuentro en su interior con un desagüe. El mejor arte es aquel que de una manera más o menos explícita nos revela que la realidad no es unívoca. Acaso el mejor ejemplo sea esa fotografía en la que aparece una pieza de ajedrez mitad negra, mitad blanca.
     Aunque llegamos a última hora, a Chema Madoz aún le quedaban ganas de contarnos cosas sobre su actividad. Al contemplar el variopinto catálogo de objetos que habitan su estudio, le pregunto si suele comprarlos con una fotografía en mente o si son los propios objetos los que le dan las ideas. Me contesta que eso es cuestión de azar; hay veces que tiene una idea y sabe lo que tiene que buscar y otras en que se los lleva porque intuye que pueden dar pie a una fotografía. Imagino que no pocos objetos que descansan sobre las repisas están esperando su momento para convertirse en obras de arte.
     Aunque las fotografías de Chema Madoz son sobre todo poemas visuales, trucos que juegan con nuestros prejuicios, en su estudio uno cae en la cuenta de que detrás de ello hay un trabajo manual. Hay un Madoz fotógrafo, pero también un Madoz artesano y escultor: dar forma a sus extravagantes sujetos es tan importante como el disparo final. Este es un fotógrafo que no crea en la calle, sino en este bazar que él llama taller.

La visita al estudio de Chema Madoz fue posible gracias a la iniciativa Open Studio, mediante la cual sesenta y ocho artistas abrieron las puertas de sus estudios entre el 4 y 7 de octubre.


  
Artist's bazaar


The first artist’s studio I’ve visited looks more like a junk shop. One can find chessboards, toys, cutlery, barbed wire and all sorts of doubtfully useful objects. On a table there are a series of books, and when one opens them they remember why they’re here: this is the studio of Chema Madoz (Madrid, 1958). In this large room there is one corner free of this heap of objects; there is only a camera on a tripod, since this is where the photographer creates many of his unmistakable works. Amongst the shelves, I begin to recognise some of them. Some are only half there, like those castanets that miss a pearl they should apparently conceal. 
     Chema Madoz is a genuine master when it comes to one of the things that most matters to me in art: making the sleepy spectator take a closer look. One cannot just lazily pass by one of his photographs, neither can he take for granted many of the objects that lie on the tables and shelves of his studio: I casually look into a teacup and find a drain inside it. The best art is the one that, more or less explicitly, reveals to us that reality has more than just one possible meaning. Perhaps the best example is the photograph that portrays a half-white, half-black chess piece. 
     Although we arrived at the end of the day, Chema Madoz was still willing to tell us things about his work. After having had a look around his studio and all the miscellaneous objects in it, I ask him if he buys them with a photo in mind or whether the objects themselves give him the ideas. He answers that it’s a question of chance; sometimes he has an idea and knows what to look for, others he buys something because he senses that, sooner or later, it will become a photo. I imagine there are many objects on the shelves that are waiting for their moment to become works of art. 
     Although Chema Madoz’s photos are visual poems, mental tricks that play with our prejudices, in the studio one becomes aware of the manual work behind them. Madoz is a photographer, but also an artisan and a sculptor: giving form to his extravagant subjects is just as important as pressing the trigger. Here’s a photographer that creates not in the street, but in this bazaar he calls studio.



The visit to the studio of Chema Madoz was possible thanks to Open Studio, an initiative through which sixty eight artists opened their studios to the public between 4th and 7th October.
 

miércoles, 3 de octubre de 2012

Estadísticas de carne y hueso

El arte puede ser, en algunos casos, un instrumento sociológico mucho más potente que los datos puros y duros. Dicho esto, es cierto que hay pocos artistas que lo consigan. David Goldblatt (Randfontein, Sudáfrica, 1930) ha centrado buena parte de su obra fotográfica en dejar constancia de diversos fenómenos sociales que han tenido o siguen teniendo lugar en su país. Su fama se debe en buena parte a las fotografías a través de las cuales denunció el apartheid en Sudáfrica a finales del siglo pasado. 
     El proyecto que se presenta ahora en la galería Elba Benítez surgió de un dato estadístico: el alto índice de criminalidad de Sudáfrica. Preguntándose por el porqué de los crímenes y quiénes son los que los cometen, Goldblatt se ha dedicado a poner cara a un puñado de los muchos delitos que se cometen diariamente en el país. Se inclinó por tratar a personas que ya pasaron por la cárcel y, a través de una organización que trabaja con presos, los llevó consigo para ser fotografiados en el lugar donde cometieron el crimen por el que fueron condenados.
     El elenco de delitos es muy amplio, desde pequeños hurtos hasta violaciones y asesinatos. Goldblatt, sin embargo, no hace distinción alguna entre ellos. Estos retratos en blanco y negro no nos revelan nada; para saber que los retratados son antiguos delincuentes en la escena de un delito hace falta remitirse a los textos que acompañan a cada obra. Estos textos, asépticos, son meras descripciones de las vidas y crímenes de los protagonistas, sin rastro de emoción o juicio. Puro trabajo documental.
     Si soy sincero, suelo desconfiar de la unión entre arte y sociología, ya que acostumbra a ser una excusa para descarados panfletos políticos en los que la parte visual acaba siendo una pálida ilustración del extenso y soporífero apartado teórico. A diferencia de éstos, las fotografías de Goldblatt no tienen vocación de propaganda. El suyo es un acercamiento personal a un fenómeno tremendamente complicado como el crimen y las causas que llevan a cometerlo. Goldblatt no juzga ni pretende que nosotros juzguemos, y no por ello cae en un relativismo muy propio de cierto arte contemporáneo. Aquí el crimen no es un tema banalizado; Goldblatt trata de averiguar sus límites y qué distancia nos separa a cualquiera de nosotros de convertirnos en criminales: seguramente mucho menos de lo que creemos.
     Como siempre es interesante conocer la opinión del artista, recomiendo la lectura de un texto del propio Goldblatt en la nota de prensa de la galería, así como una jugosa entrevista con Fietta Jarque (El País, Babelia, 22/09/12). De ambos deduzco que este fotógrafo se propone exponer la vida como es, sin endulzarla ni amargarla. Las conclusiones son cosa de cada cual.

David Goldblatt. Ex Offenders at the Scene of Crime. Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 3 de noviembre.

Paul Tuge en el lugar donde se escondió después de disparar a un policía en 2001, 2010


Flesh and blood statistics

In many cases, art can be a much more powerful sociological instrument than the bare facts themselves. That said, it’s true that not many artists achieve this. David Goldblatt (Randfontein, South Africa, 1930) has focused much of his work on many of the hard social aspects of his country. His fame is due in great deal to the series through which he denounced apartheid during the 1980’s and 90’s. 
     The project he now presents at Elba Benítez gallery has its origin in statistics: South Africa’s high crime rate. After asking himself about the causes of crimes and who commits them, Goldblatt has put a face to a handful of the many offences committed every day throughout the country. He chose people that had already been released from prison. Through an organisation dedicated to dealing with convicts, he took photos of them at the scene of the crime they had committed and for which they were sentenced. 
     The range of offences is large, from small robberies to rape and murder. Goldblatt, though, makes no distinction between them. These black and white portraits reveal nothing; in order to know that those portrayed are ex offenders we must read the texts that go with each photo. These texts, equally aseptic, are mere descriptions of the lives and crimes of the person in the picture, without a trace of emotion or judgement. Pure documentary work.

     If I’m honest, I am usually mistrustful when I see the words art and sociology together, since it’s normally an excuse for shameless political rhetoric, where the images barely sustain the hard theory. On the contrary, Goldblatt’s photos have no vocation for propaganda. His work is a personal approach to a very complicated matter, as is the case of crime and the causes that lead people to commit it. Goldblatt doesn’t judge, and doesn’t expect us to do so, but doesn’t give in to the relativism that characterises certain contemporary art. Here, crime is not some banal theme; Goldblatt wants to discover its limits and just what distance separates any of us from becoming criminals ourselves: it’s probably much smaller than we think.

     Since it’s always interesting to know the artist’s opinion, I recommend reading Goldblatt’s own words on the gallery’s press release, as well as an interview with Fietta Jarque (El País, Babelia, 22/09/12). I deduce from both of these that here is a photographer that strives to present life as it is, no more, no less. The conclusions depend on each one of us.



David Goldblatt. Ex Offenders at the Scene of Crime. Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Until 3rd September.