domingo, 11 de diciembre de 2011

Breve apunte sobre un grato descubrimiento

Cuando uno piensa que tiene una base sólida, un elenco mental de grandes nombres del arte del siglo XX, ordenados por categorías más o menos afortunadas, se lee un artículo que describe como “uno de los más importantes artistas contemporáneos vivos” a una persona de la que éramos completamente ignorantes. A pesar del sonrojo inicial, creo que siempre puede más el estímulo del descubrimiento, sobre todo cuando podemos ponerle remedio a nuestra ignorancia acudiendo a ver una exposición del artista en cuestión. Así es como he puesto “cara” a Robert Irwin (Long Beach, California, 1928), a través de seis obras expuestas en la galería Elvira González.
     Lo cierto es que las obras de este artista norteamericano son difíciles de ver, ya que suelen ser de tipo site-specific, es decir, ideadas para un espacio concreto, ya sea una galería, un museo o un jardín, como el que diseñó para el museo Getty de Los Ángeles. Se presenta así una rara ocasión de poder contemplar en directo obra de este octogenario californiano.
     Si hace dos semanas hablaba de dos artistas que recurrían a la luz como medio de expresión artística, añado ahora el nombre de Robert Irwin, cuyo uso de la misma es, al menos a primera vista, más evidente. Las obras expuestas en Elvira González están formadas por tubos de luz fluorescente de diversos colores. Ya sea mayor o menor el número de tubos empleados, todas las piezas forman un rectángulo, y deduzco que son obras exhaustivamente meditadas. Y aquí no hablamos de una luz insinuada o metafórica: la luz es la obra.
     La luz, o sea, la pura energía, es el material. Así se expresa el artista en una entrevista que podemos ver en un vídeo colgado en la página web de la galería y que recomiendo encarecidamente. Ha sido otra de las facilidades con las que me he encontrado a partir del momento que empecé a sentir curiosidad por el artista. Aunque la palabra nunca puede sustituir a la obra en sí, siempre es muy útil comprobar cómo un creador habla de sus obras. Entre otras cosas, descubrimos que para él tiene la misma importancia la luz que la ausencia de ella, al igual que las sombras que los fluorescentes proyectan sobre las paredes blancas de la galería. Dentro de las composiciones, hay tubos fluorescentes encendidos y  otros apagados, alterándose la secuencia cada cierto tiempo, de modo que no siempre están encendidos los mismos tubos. Es interesante ver cómo uno de los tubos iluminados proyecta su luz artificial sobre el tubo contiguo.
     Es fascinante ver la variedad de efectos que pueden producirse en una sola de estas piezas, dependiendo de qué tubos estén iluminados. Tan pronto una de estas composiciones es formal y fría como poética o sensual. Y esto es lo que consiguen los grandes artistas: crear obras profundas con muy pocos medios. En este caso, con profundo me refiero a puro goce estético. Pero quizá lo que más me ha impresionado de todo ello es la forma en que este anciano de aire juvenil defiende que un arte nacido de la alegría y el placer es igual de digno que uno que surge del dolor y el sufrimiento. Es algo en lo que haría falta insistir más: para ser un gran artista no hace falta ser un desgraciado.

Way Out West. Galería Elvira González. General Castaños 3, Madrid. Hasta el 5 de enero de 2012.
Sunshine Noir, 2011
 
 Brief note about a pleasant discovery

When one thinks he or she possesses a solid background, a mental list of the great names of 20th century art, classified more or less conveniently, we read an article which defines a person who is completely unknown to us as ‘one of the most important living contemporary artists’. Though it may be embarrassing to read such an assessment at first, I think the initial blushing can be overcome by the excitement the discovery produces, especially when we can remedy our ignorance by visiting an exhibition of the artist in question. This is how I have put a ‘face’ to Robert Irwin (Long Beach, California, 1928), by viewing six works of his at Elvira González gallery.
     The truth is that the works of this North American artist are difficult to see, since many of them are ‘site-specific’, this is, especially made for, as the term suggests, a specific space, be this a gallery, a museum or a garden, such as the one he designed for the Paul Getty Museum of Los Angeles. We are therefore presented with a rare opportunity of seeing in first person works by this Californian octogenarian.
     Two weeks ago I wrote about two artists who resorted to light as a medium for artistic expression. I now include Robert Irwin, whose use of light is, at least at first sight, more evident. The works presented at Elvira González are formed by tubes of florescent light of different colours. No matter how many tubes are used, each one of the pieces conforms a rectangle, and I gather these are thoroughly thought-out works. And it’s not insinuated or metaphorical light we’re talking about here: light is the work.
     Light, pure energy, is the material. So says the artist in an interview we can watch on a video posted on the gallery’s website that I thoroughly recommend. This is just one more of the facilities I have found since the moment I started to feel curiosity for the artist. Although words can never substitute the actual artwork, it’s always very useful to see how an artist talks about his own work. Amongst other things, we discover that, for him, light is just as important as the lack of it, as well as the shadows the tubes project on the gallery’s white walls. In each composition, there are tubes that are switched on and others that are turned off, but the sequence changes every certain time, so that not always the same tubes are lit. It’s interesting to see how one of the illuminated tubes projects its artificial light on the one next to it.
     It’s fascinating to witness how one of these pieces can produce a variety of effects, depending on which tubes are lit. One moment the composition is cold and iconic, the next it’s sensual or poetic. This is what great artists achieve: to create profound works with very little material. In this case, the profundity I’m referring to is pure aesthetic pleasure. But what has perhaps impressed me more is the way this young old man defends that art born from happiness and pleasure is just as honourable as the one that comes from pain and suffering. It’s something that should be taken into account more often: in order to be a great artist, it’s not obligatory to be continuously depressed.

Way Out West. Elvira González gallery. General Castaños 3, Madrid. Until 5th January 2012.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Ejercicios mnemotécnicos de Alberto Corazón

No siempre es fácil imaginar cómo un artista lleva a cabo su trabajo, pero hay ocasiones en que la resolución de las obras permite ver con diáfana claridad cómo éstas han sido creadas. He pensado en esto al visitar la exposición de Alberto Corazón (Madrid, 1942) en la galería Marlborough. El pintor, escultor y diseñador madrileño presenta aquí una importante serie de lienzos protagonizados en buena parte por bodegones.
     Ha venido muy bien encontrar por sorpresa un texto del propio artista en el número de diciembre de la revista Descubrir el arte. Leyéndolo, se confirman muchas de las cosas que las propias obras a veces dejan intuir y otras dicen explícitamente. Estos cuadros muestran un acabado que tiene más de garabato primigenio que de lienzo listo para exponerse. “Pintar como si estuviese dibujando”, dice Corazón. Los trazos del pincel y el grafito nos hablan de su forma de afrontar la pintura, donde el modelo tiene menos importancia que una especie de impulso subconsciente. “No conozco otro “método artístico” que el de prueba y error. Todo lo que pienso previamente, lo que trato de imaginar, de visualizar, todo desaparece en el momento en que la mano con el grafito o la brocha comienza a moverse”.
     Todo ello no parece palabrería gratuita si observamos el acabado tosco de los cuadros. Las manchas de color son imprecisas, al igual que los finos contornos negros que más que delimitar las formas las insinúan. En los bodegones, por si acaso, Corazón escribe una leyenda descriptiva al lado de cada pieza de comida, con una caligrafía igualmente esquemática. En todo –en los colores, en las formas, en la soltura aparentemente natural y despreocupada de los trazos– parece intuirse el placer por el acto mismo de pintar. En este caso, disfrutar de la pintura como se disfruta del buen comer, un avasallamiento sensorial como en los más exuberantes bodegones clásicos holandeses.
Bodegón de Viridiana, 2011
     Esta exposición es una verdadera exaltación de la naturaleza muerta, ese género despreciado por la tradición y elevado luego a los altares de la modernidad por los cubistas. Éstos, tal y como dice Corazón en su texto, eliminaron lo que de naturaleza tenían las naturalezas muertas, y él comparte con ellos el hecho de que, de partida, sus bodegones no son más que objetos encima de una mesa. Pero no es menos cierto que una visión de conjunto de uno de estos cuadros nos transmite una sensación de realidad palpable, fidedigna si bien no naturalista. Nos transmite con igual acierto la voluptuosidad gastronómica y el desorden de la mesa del artista, con sus pinceles empapados en pintura y cigarrillos apagados. A veces se dan los dos ámbitos en el mismo lienzo, de modo que los higos y la carne conviven pacíficamente con tubos de pintura y cuadernos de dibujo. Azares asociativos de la memoria.
     Este último y fecundo periodo creativo de Alberto Corazón le ha dado también para reflexionar acerca del paisaje, otro género tradicionalmente despreciado y convertido después en protagonista de excepción por las vanguardias. Aparece de forma recurrente en la exposición el título Huida a Egipto, en alusión a las composiciones homónimas de Joachim Patinir que dieron origen al paisaje moderno. Igual que muchos pintores posteriores a él, Patinir utilizó el episodio religioso como mera excusa para detenerse en la exuberancia del paisaje. En esta línea se podrían situar algunas de las naturalezas muertas de Corazón, que llevan el mismo título bíblico y, sin embargo, no hacen referencia directa al tema aludido. Son meros pretextos para poder concentrarse en el ejercicio pictórico en sí, más allá de ataduras narrativas o descriptivas. Se trata, según el propio Corazón, de excusas iconográficas “para volver a reclamar atención sobre cómo la creación artística surge de las zonas más profundas y oscuras del ser humano. Y cómo encuentra, todavía, el modo de hacerse visible a través de trazos y colores”.

Pintar de memoria. Galería Marlborough. Orfila 5, Madrid. Hasta el 10 de diciembre.


Alberto Corazón's mnemonic techniques

It’s not always easy to imagine how an artist works, but on some occasions we find that the resolution of his or her pieces clearly tell us how they have been made. I have thought of this whilst visiting Alberto Corazón’s (Madrid, 1942) exhibition at Marlborough Gallery. The painter, sculptor and designer presents an important series of canvases, the majority of which are still lifes.
     It’s been helpful to come across a text by the artist in December’s edition of Descubrir el arte. Reading it confirms many things the paintings either insinuate or say explicitly. These paintings show a finish closer to scribbled sketches than to pieces ready to be exhibited. ‘To paint as if I were drawing,’ says Corazón. The traces of the paintbrush and the graphite reveal his way of confronting the empty canvas, the motif being less important than a kind of subconscious impulse. ‘I know no “artistic method” other than trial and error. Everything I previously think, what I try to imagine, of visualising, everything disappears the moment the hand with the graphite or the brush begins to move.’
     All this doesn’t seem banal chatter if we observe the rough finish of the paintings. The colour stains are imprecise, as are the thin black contours that insinuate the forms rather than define them. In his still lifes, just in case, Corazón writes, in equally schematic handwriting, a descriptive caption next to each piece of food. Everything –the colours, the forms, the apparently natural and carefree agility of the brushstrokes– seems to be indicative of the pleasure obtained in the very act of painting. In this case, enjoying painting in the same measure as one enjoys good food, a sensory overload like in the most exuberant classical Dutch still lifes.
     This exhibition is a true ode to this pictorial genre, despised by academic tradition and elevated to the altars of modernity by the Cubists. These, as Corazón indicates in his text, were responsible for banishing life from the term ‘still life’, and he shares with them the fact that his compositions are, initially, no more than objects on a table. It’s not less true, though, that the sum of these objects on one of his canvases gives us a sensation of tangible reality, trustworthy in spite of not being naturalistically precise. They transmit, with equal skill, gastronomic voluptuousness and the sense of disorder of the table where the artist works, with his brushes soaked in paint or his extinguished cigarettes. Sometimes, the two fields coincide on the same table, and we find figs and meat living peacefully beside tubes of paint and sketchbooks. Memory’s chance associations.
     Alberto Corazón’s latest, prolific, creative period has also faced him with the question of landscape, another traditionally despised genre later converted into a key protagonist by the avant-garde. In this exhibition we continually find ourselves with the title Flight to Egypt, a reference to the homonymous compositions by Joachim Patinir that gave birth to modern landscape painting. As many artists would do after him, Patinir used this religious episode as a mere excuse in order to revel in the exuberance of landscape. Along these same lines, some of Corazón’s still lifes carry the same biblical title but show no reference whatsoever to the alluded theme. They are mere pretexts, concentrating meanwhile on the act of painting per se, breaking narrative or descriptive restrictions. In Corazón’s own words, these are iconographic excuses 'in order to demand attention on how artistic creativity is born in the deepest and darkest places of the human being. And how it still finds the way of making itself visible through brushstrokes and colour.’

Painting by heart. Marlborough Gallery. Orfila 5, Madrid. Until 10th December.