Arte de urgencia. Me parecía que la despedida
de este blog no podía ser una entrada escrita hace más de dos meses. He
disfrutado mucho escribiendo aquí a lo largo de los tres últimos años y echaré
de menos ir a galerías y museos y decidir sobre qué exposición escribir cada
semana. No he escrito en mucho tiempo no sólo por los preparativos para el
viaje, sino porque hace mucho que no visito exposiciones. Ahora, cuando los
días restan en vez de sumar, he tenido que ser selectivo y decidir cuáles quiero
ver antes de marcharme. La primera de la lista, con mucho, era la de Paul Klee
en la Fundación Juan March. No me olvido del día en que empecé a aprender sobre
este gran artista en clase de Francisco Calvo Serraller. Antes de darnos
siquiera su nombre, el profesor empezó por hacer un retrato de un artista
imponente, clave en el siglo XX, pero que nunca recurrió a gritos para reclamar
la atención. Para darnos a entender su excepcionalidad, habló de cómo Picasso,
que sentía desprecio por casi todos los artistas, se dignó a ir a visitarlo a
su casa. La admiración que desde ese día siento hacia Klee, incluso antes de
ver su obra en directo, sólo ha aumentado. ¿Por qué? Porque es un artista que
te obliga a mirar. En realidad, todo gran arte lo requiere, pero en el caso de
Klee es muy difícil hacerse una idea con un simple vistazo. Huye sigilosamente
del lenguaje publicitario, ese que sirve igual para una obra maestra de la
pintura que para una marca de colonia. Esas ráfagas de imágenes a veces nos
crean la sensación de que sabemos algo sobre los artistas. La exigencia de
inmediatez nos obliga a extraer ciertos elementos que nos permiten encajarlos
cómodamente en apartados: éste es un colorista, este otro un pintor gestual,
éste es conceptual, aquel es figurativo, este es abstracto… y un sinfín de
evidencias que por sí solas no dicen absolutamente nada. El caso de Klee es
distinto porque no hay una sola característica de su obra que sobresalga por
encima del resto. Es un artista de una enorme sensibilidad, que trata con el
mismo mimo y sutileza el color, la composición y el ritmo. La exposición de la
Juan March se centra en su papel como profesor de la Bauhaus, y queda claro que
a esta sensibilidad innata le acompañaba un trabajo intelectual muy riguroso.
De hecho, yo no sé cuántas de estas pinturas se pueden considerar obras en sí
mismas. Si todos eran ejercicios para sus clases, yo los disfruté igual. El
caso es que si me paro a pensarlo, ¿cuándo no he disfrutado yo en la Fundación
Juan March?
En torno a Génova. Echaré de menos visitar
galerías. A veces sé lo que voy a ver, pero otras muchas me doy paseos para ver
qué me encuentro. La zona por excelencia son los alrededores de la calle
Génova. Cuántas veces habré salido del metro de Alonso Martínez o venido
dándome un paseo desde el Café Comercial para recorrer los aledaños de esta
calle, casi siempre muy bien acompañado. A un lado, la calle Orfila, con
Marlborough, Cayón y, hasta hace muy poco, Soledad Lorenzo. Y, en
perpendicular, en Monte Esquinza, la siempre sorprendente Astarté, una de mis
favoritas. Otras veces, mi acompañante y yo empezamos por el lado contrario y
vamos a la exigente Elvira González. Y cuando atacamos por este lado casi
siempre acabamos en Rafael Pérez Hernando, donde siempre nos han tratado con
mucha amabilidad y han mostrado mucho interés por este blog. También han sido
muy amables conmigo en Javier López, que, a pesar de estar tan a desmano,
siempre es agradable visitar por charlar un rato con las chicas que llevan la
galería. Aunque la lista de galerías a visitar siempre es amplia (además de las
citadas, están Guillermo de Osma, Fernández-Braso, Álvaro Alcázar, Juana de
Aizpuru…), la zona de Génova es el comodín para esos días en los que uno quiere
visitar varias exposiciones sin pensar demasiado en cuáles.
Madrid. Escribo esta última parte
desde el lugar en el que, si todo va como esperado, pasaré el siguiente año.
Esta ciudad no se caracteriza por tener un gran número de galerías de arte
moderno. A cambio, esta será la primera vez que vea in situ manifestaciones de
arte asiático. Quién sabe si no acabaré quedándome aquí, cautivado por el
encanto del exótico Oriente, pero dudo mucho que, tras mis años de estudios, no
me lleven de vuelta a Occidente los museos y galerías donde habitan los
artistas que más admiro. Nunca le doy valor a que casi todo lo que sé sobre
arte lo he aprendido en un solo lugar. Quién duda de que, cuando se piensa en las
grandes capitales del arte (al menos, contemporáneo), la primera de la lista no
es Madrid. He oído más de una vez a gente del mundo del arte hablar de ella
como una ciudad provinciana, muy pobre en su oferta cultural. Después de varios
años pateándome la ciudad en busca de exposiciones, afirmaciones como esta me
parecen insultantes. Siempre hay algún erudito con aire de desdén que da a
entender que tres años en Madrid valen menos que una semana en, por ejemplo,
Nueva York porque allí está lo que hay
que ver. Pero uno ya va sabiendo lo que duran en el mundo del arte
contemporáneo “lo mejor” o “lo imprescindible”.
(En este sentido, no sé en qué creen distinguirse algunos críticos de
arte de los editores de revistas de música pop para adolescentes) El mérito no
está en vivir en un lugar donde la oferta es infinita, sino en saber aprovechar
lo que ese lugar te ofrece. Desde luego que en Madrid no siempre todas las
exposiciones son interesantes pero, ¿acaso lo son en todos aquellos lugares
infinitamente más cool? No sólo hablo
de arte, aunque es lo que más de cerca me toca. Hablo de teatros, de salas de
concierto, de ciclos de conferencias, de cines en versión original, de la inmortal
Filmoteca. Dudo mucho que vivir en una de las metrópolis del arte actual le
garantice a uno tener un mejor ojo para lo que es bueno y lo que es malo. Quizá
sea mejor mirar desde la distancia para discriminar con más acierto. Cuando uno
se plantea dedicar buena parte de su vida a hablar sobre arte, ¿por qué no
empezar en otro lugar? ¿Por qué no, por ejemplo, en Madrid?
Este texto se lo dedico a las cuatro personas que me han
leído fielmente desde que empecé a escribir este blog. Muchas gracias por vuestros
elogios y críticas constructivas.
Why not Madrid?
The way we look at things we
are accustomed to seeing can be violently shaken in a matter of moments. A week
ago I was told I had been accepted for an internship abroad and that I had little
more than two weeks to get everything ready. Barely a month ago I could not
have imagined this, which makes it all ever more urgent. It is now that I realise
how many people deserve a sincere farewell and which things I will miss the
most. This important chang is not all that dramatic, I know. It is a great
opportunity that I do not intend to lose out on, but I can’t prevent myself
from seeing all this as the definitive end of a much prolonged childhood.
Urgent art. I thought that it would be a real
shame for the final entry of this blog to be a text written over two months
ago. I have thoroughly enjoyed writing down my views over the course of the
past three years and I will miss going to galleries and museums and deciding
which exhibition to write about each week. I haven’t written in a long time not
only because I’ve been preparing the journey, but because it’s been some time since
I last saw an exhibition. Now, when the days seem to pass quickly, I’ve had to
be very selective and choose which shows I wanted to see before leaving. The
first one on the list was, undoubtedly, the one dedicated to Paul Klee at Fundación
Juan March. I’ll never forget the day on which I began to learn about this
great artist in the class of Francisco Calvo Serraller. Before even giving us
his name, the professor started to describe an imposing, crucial artist who never
saw the need to cry out for attention. In order to illustrate his extraordinary
figure, he told us how Picasso, who despised almost every artist, once visited
Klee at his house. The admiration I’ve felt towards Klee from that day on, even
before seeing his works live, has only grown. Why? Because he’s an artist that
demands close attention. In truth, all great art requires it,
but in his case it’s very difficult to take a quick look and even begin to get
a slight idea of what his work is about. He
silently avoids commercial language, the kind that is used in the same way for
an artistic masterpiece and for a fancy brand of perfume. Those successions of
images at high speed sometimes give us the impression that we actually know
something about the artists. The demand of giving hasty judgements make us
extract certain elements of an artist’s work in order to insert them into
comfortable labels: this artist is a colourist, that one is painterly, this one
is conceptual, this one figurative, that other one is abstract... and a
succession of other obvious remarks that by themselves mean nothing at all.
Klee’s case is different because there is no individual characteristic of his
works that stands out from the others. He is an artist with an enormous
sensitivity who treats colour, composition and rhythm with equal care and subtleness.
The exhibition at Juan March concentrates on his role as professor at the
Bauhaus, and it is clear that his innate sensitivity was matched by rigorous intellectual
hard work. In fact, I don’t know how many of the pieces shown are finished
artworks. If they were all exercises in preparation for his classes, I enjoyed
them all the same. Come to think of it, when have I ever not enjoyed myself at Fundación
Juan March?
Around Génova. I will miss visiting art
galleries. Sometimes I know exactly what I want to see, but at other times I
just take a stroll to see what I find. My favourite zone is the one surrounding
calle Génova. How many times I must have ascended from the station at Alonso
Martínez or come walking from the Café Comercial with the aim of visiting
Génova and around, nearly always with very good company. On one side, calle
Orfila, with Marlborough, Cayón and, until very recently, Soledad Lorenzo. And,
just a few steps away, at Monte Esquinza, Astarté, one of my favourites. Other
times, my companion and I start on the other side of Génova and visit the
demanding Elvira González. Walking through this area, we nearly always end up
at Rafael Pérez Hernando, where they have always been very kind to us and shown
sincere interest for this blog. They’ve also been very kind to me at Javier
López, where (although it’s a little far away) it is always nice to go to chat
for a while with the girls that run it. Although the list of galleries to visit is
always large (apart from the ones mentioned above, there’s Guillermo de Osma, Fernández-Braso, Álvaro Alcázar, Juana de Aizpuru…),
the area surrounding Génova is the default choice whenever we want to visit
various exhibitions without thinking too hard about which ones.
Madrid. I write this last part from the
place where, if everything goes as planned, I will spend the following year.
The city I’m in doesn’t precisely boast a large number of modern art galleries.
On the other hand, it is the first time I’ll be able to encounter Asian art
live. Who knows if I won’t end up staying here, fascinated by the charms of the
exotic Far East, but I doubt that, given my years of study, I won’t be drawn
back again to the West by the museums and galleries where my most admired
artists live. I never value enough the fact that I have learned nearly
everything I know about art in one same place. There’s no doubt that when one
thinks of the big capitals of art (modern and contemporary art, at least),
Madrid is not the first one on the list. I’ve heard people in the art world
refer to the city as provincial and poor in terms of cultural offer. After
various years of walking up and down the city in search of exhibitions, I take
comments like these as an insult. There’s always some arrogant know-it-all that seems to think that three years in Madrid
is worth less than a week in, say, New York because that’s where you can see what has to be seen. As if the terms “best”
or “essential” actually meant anything in the world of contemporary art, where “the
next big thing” lasts just about the same period as songs in the pop charts. What
matters is not if you live in a place where the offer is infinite, but rather
how you take advantage of what that place offers you. Of course not all the
exhibitions in Madrid are always interesting, but can’t the same be said about
those other infinitely “cooler” places? I’m not just talking about art,
although it is what I can mostly speak for. I’m talking about theatres, concert
halls, lectures, films in their original languages, the immortal Filmoteca. I really
doubt that living in one if those metropolises guarantees a better eye for good
and bad art. It might be better to look from a distance in order to see more
clearly. When somebody thinks about dedicating part of his or her life to art
writing, why not start somewhere else? Why not, for example, in Madrid?
I dedicate this text to the
four people who have read my work closely since I began to write this blog.
Thank you very much for your praise and constructive criticisms.