sábado, 15 de octubre de 2011

Esteban Vicente en la galería Elvira González

Es agradable dar comienzo a este blog con un texto acerca de un gran pintor como Esteban Vicente (Turégano, Segovia, 1903 - Long Island, Estados Unidos, 2001). Se trata de un personaje que puede resultar especialmente atractivo para el público español porque, a pesar de tratarse de un artista nacido en España que ocupa, además, un papel destacado dentro de nuestro arte contemporáneo, vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos. Lo cual significa que, mientras residía en Nueva York, fue testigo presencial del nacimiento de ese movimiento que desde Europa adquiere tintes míticos, el Expresionismo Abstracto. Vicente no sólo fue testigo, sino que, como miembro asentado de la comunidad artística de la ciudad, participó activamente en la investigación pictórica abierta por los jóvenes artistas de la incipiente Escuela de Nueva York.
     A diferencia del otro célebre artista español residente en Nueva York por aquellos años, José Guerrero, Vicente había llegado a América en los años ’30, al comienzo de la Guerra Civil Española. De esta forma, participó desde el principio junto a los primeros pintores del Expresionismo Abstracto; su compatriota, sin embargo, llegó a Nueva York en 1950, inscribiéndose dentro de una segunda generación. Esteban Vicente fue amigo de Willem de Kooning, y sus primeras obras maduras se vieron influidas por las grandes manchas empastadas de éste. Sin embargo, no tardaría mucho en definir un estilo propio en el pondría más empeño en la combinación sutil de campos de color que en el gesto violento de Pollock, Franz Kline o el propio De Kooning.
     Las cerca de veinte obras expuestas ahora en la galería Elvira González de Madrid conforman una significativa muestra, en especial para aquel que se acerca al pintor segoviano por primera vez. En la exposición, que abarca desde principios de la década de 1960 hasta 1995, se presentan collages además de lienzos pintados al óleo. Uno entiende, al enfrentarse en directo a las obras, los calificativos habituales que se le aplican al pintor, tales como su refinamiento o la falta de énfasis. Detrás de esto se esconde un gran rigor y sabiduría pictóricos.
     En la segunda sala de la galería tenemos tres buenos ejemplos de lo que Esteban Vicente era capaz de hacer con tres registros cromáticos completamente distintos. En el primero –Stabilita (1990)– predomina lo cálido: una explosión naranja. Naranja sobre naranja, porque, sobre el fondo, el pintor colocó una forma vagamente rectangular que roza lo fosforescente. El cuadro quema: el fondo es el fuego, la forma del primer plano, el ascua. Pero antes de abrasarnos del todo, giramos noventa grados a la izquierda y nos damos de bruces con el exuberante azul de un mar calmo. Que luego aprendamos que el lienzo pertenece a una serie llamada Cantabrian, o sea, “Cántabra”, no nos sorprende demasiado. Predomina un azul celeste intenso, y los tonos más oscuros se nos asemejan a formas sepultadas bajo el mar, a muchos metros de profundidad, que intentamos discernir sin éxito. Un giro más y volvemos a la tierra: este nuevo lienzo sin título, pintado en 1986, es un alarde de maestría técnica. Observando durante un rato los diversos tonos terrosos, entre los que solamente disienten dos pequeñas zonas de un rojo y azul pálidos, la vista empieza a nublarse. Se debe, sin duda, a la forma en que Vicente define las fronteras entre los distintos colores. No se establecen fronteras tajantes entre ellos, sino que parece difuminarlos de tal forma que nunca está claro dónde acaba un tono y dónde comienza el otro. También la forma tan ligera, tan poco empastada, en que se aplican los colores incide en esa imprecisión, en esa especie de niebla terrosa.
     Si recuperamos uno de los calificativos a los que nos referíamos antes, la falta de énfasis de la pintura de Esteban Vicente, la verdad es que no podemos estar más que de acuerdo. Entendido esto como falta de una expresividad forzada en la que muchos pintores viscerales corren el riesgo de caer. Una pintura, pues, sin grandes aspavientos, que se nos insinúa y nos requiere para completarla, que no nos intimida como un fuerte grito. Y a pesar de su aparente timidez, es una pintura que está rigurosamente compuesta y equilibrada, potente a fin de cuentas. El calificativo de “intelectual”, que fácilmente se aplica a esta pintura, puede llegar a ensombrecer el hecho de que Vicente era un artista plenamente consciente de la importancia del trabajo y la constancia, tal como se nos señala en la nota de prensa facilitada por la galería.
Esteban Vicente
     Una demostración quizá más evidente de ese trabajo manual que en el fondo es la pintura son los collages. En estas piezas, Vicente no puede, por razones obvias, conseguir ese efecto nebuloso de los lienzos, pero la sutileza nunca lo abandona. En las obras de papel sobre papel se permite unos mayores contrastes entre los colores, aunque los combina siempre con gran sabiduría. Resulta admirable cómo en uno de ellos, en el que el fondo está compuesto de rojos y rosas difícilmente discernibles desde lejos, va colocando, como si de pinceladas arbitrarias se tratara, pequeños papeles azules. No falta ni sobra nada. Si los óleos de Esteban Vicente palpitan gracias a las fronteras difuminadas entre los campos de color, los collages tienen vida gracias al relieve que se consigue con la superposición de papeles, a la irregularidad de los mismos y las indisimuladas huellas blancas de las rasgaduras.
     La muestra en Elvira González coincide con una exposición retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia dedicada a collages y esculturas del artista. Se presenta así una rara oportunidad para el público madrileño de visitar dos muestras dedicadas a un importante protagonista de nuestro arte contemporáneo.

Esteban Vicente. Galería Elvira González. General Castaños 3, Madrid. Hasta finales de octubre.


Esteban Vicente at Galería Elvira González

It’s nice to begin this blog with a text dedicated to a great painter like Esteban Vicente (Turégano, Segovia, 1903 - Long Island, United States, 2001). This artist will probably interest the Spanish public very much since, although he was born in Spain and is a key figure in Spanish modern art, he lived most of his life in the United States. This means that, while he lived in New York, he witnessed the birth of Abstract Expressionism, a near legendary art movement when seen from Europe. But he was not only a witness; being an active member in the city’s artistic scene, he participated in the pictorial investigations brought about by the young artists of the New York School.
     Unlike the other important Spanish artist living in New York at the time, José Guerrero, Vicente had been living in America since the 1930’s, having left Spain during the Civil War. He therefore worked alongside the first Abstract Expressionists from the very beginning. His compatriot, on the other hand, arrived in New York in 1950, and had to fit into a second generation of younger artists. Esteban Vicente was a friend of Willem de Kooning, and his first mature works were influenced by the latter’s dense brushstrokes. But he would soon define his own style, showing more interest in subtle combinations of colour fields than in the violent gestures of Pollock, Franz Kline or his friend De Kooning.
     Galería Elvira González now hosts close to twenty works, a significant collection, especially for those who encounter Vicente’s oeuvre for the first time. The exhibition, which spans from the beginning of the 1960’s through to 1995, consists not only of large canvases, but also of collages. One understands, when confronted with the works, some of the most resorted to adjectives applied to Vicente’s paintings, such as his refinement and lack of emphasis. This is only possible thanks to great pictorial rigor and wisdom.
     In the gallery’s second room we have three good examples of what Esteban Vicente was capable of doing with three completely different chromatic ranges. The first painting Stabilita (1990)– is dominated by warmth, an orange explosion. Orange on orange, because the painter has placed a vaguely rectangular, nearly fluorescent form against the background. The painting burns: the background is fire; the form in the foreground is an ember. But before we burn ourselves completely, we turn 90 degrees to the left and find ourselves before the exuberant blue of a sea at calm. It’s no surprise that the series this painting belongs to is named “Cantabrian”. The composition is dominated by an intense sky blue, and the darker tones seem to imitate irregular forms buried deep beneath the waves, which we struggle to discern in vain. One more turn and we’re back on dry land: this new canvas with no title, painted in 1986, is a display of technical mastery. If we observe the various earthy tones for some time, our sight begins to blur. This is, no doubt, due to the way in which Vicente defines the borders between the different colours. He doesn’t establish sharp frontiers, but, instead, fades the tones in such a way that it is never clear where one colour finishes and the next begins. This imprecision, this kind of earthy fog, is also obtained by the way the painter gently applies the paint.
     If we look back at one of the descriptions we mentioned earlier –Esteban Vicente’s paintings’ lack of emphasis– I think we can only agree on its accuracy. A lack of emphasis understood as a lack of forced expressivity into which many visceral painters run the risk of falling. We are talking about a type of painting without exaggerations, which is only insinuated to us and requires our presence to be completed. And yet, in spite of its apparent shyness, this is painting that is rigorously composed, and is a clear reflection of the painter’s voice. The word “intellectual”, which is easily applied to this way of painting, may obscure the fact that Vicente was an artist who was fully conscious of the importance of work and perseverance, as we are told in the text that the directors of the gallery provide us with.
     Perhaps a more obvious demonstration of manual work in Vicente’s ouvre are the collages. In these pieces Vicente cannot, for obvious reasons, obtain the blurred effect of his paintings, but subtlety is a virtue that never abandons him. In these collages he permits himself a larger contrast between colours, although he uses them with great wisdom. It is truly admirable to witness how on one of them, with a mix of red and pink for a background, he places small bits of blue paper, as if they were random brushstrokes. Nothing is missing and nothing is superfluous. If Esteban Vicente’s oil paintings palpitate thanks to the blurred borders of colour fields, his collages breathe thanks to the relief obtained by the superposition of pieces of paper, the irregularity of these and the unhidden white tears.
     The show at Elvira González coincides with a retrospective exhibition at the Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente in Segovia. Madrid’s art aficionados are therefore presented with a rare opportunity of visiting two exhibitions dedicated to an important figure of Spanish contemporary art.

Esteban Vicente. At Galería Elvira González. General Castaños 3, Madrid. Finishes late October.

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