viernes, 15 de junio de 2012

El arte del descubrimiento

Sandscape
Una vez convertida en una actividad factible, con tiempos de exposición mínimos, la fotografía se amoldó muy bien al devenir del arte de vanguardia, en el sentido de que fue rechazada por motivos muy similares. Si el impresionismo despertó suspicacias en un primer momento no fue por sus pinceladas apresuradas sino más bien por su vulgar realismo, algo que se achacaba de igual modo a la fotografía: ¿cómo podía llamarse arte a una imagen que no hacía más que reflejar escenas de la realidad cotidiana? Es cierto que a la fotografía había que sumarle otra contrariedad, véase su aparente falta de maestría, pues el sencillo hecho de apretar el disparador era suficiente para obtener el resultado. No deja de ser curioso que este prejuicio fuera uno de los motivos por los que las vanguardias plásticas del siglo XX (el arte llamado abstracto principalmente, pero no únicamente) fueran despreciadas por el consabido tópico de que “eso lo puede hacer un niño”. Palabras similares pueden oírse hoy todavía, por lo que a los que un cuadro no figurativo les parece una broma de mal gusto, una fotografía medianamente “abstracta” debe de resultarles sencillamente intolerable.
     Que el mérito de una obra de arte no reside en el sudor vertido por el artista es algo que tenía muy claro José Alemany (Blanes, Gerona, 1895 – Provincetown, Massachusetts, 1951), al que la galería Guillermo de Osma le dedica ahora una exposición con motivo de PHotoEspaña. La galería posee la mayor parte del legado del fotógrafo, y ya le dedicó una muestra hace exactamente dos años. Si algunas de las fotos expuestas entonces eran de objetos manipulados por el artista, el ingenio de las que se exponen ahora proviene exclusivamente de la elección del motivo y el encuadre. La exposición se titula Dunas, pues se trata de una extensa serie que el fotógrafo dedicó a los paisajes arenosos de Cape Cod, en la costa este de los Estados Unidos. Alemany se había trasladado a América en 1917, donde desarrolló una brillante actividad intelectual. Humanista y pedagogo, impartió clase en el Carnegie Institute of Technology de Pittsburgh, fue especialista en la obra de Proust, mantuvo una relación epistolar con Stravinsky y prestó su apoyo a la causa republicana desde América durante la Guerra Civil española.
     A mí cada vez me es más evidente que, en arte, la diferencia entre lo “figurativo” y lo “abstracto” es una mera cuestión de terminología y que en ningún caso puede servir como eje central de un análisis serio. Me gustan especialmente las imágenes de José Alemany porque caminan magistralmente sobre la molesta frontera entre ambos terrenos. Sus fotografías recogen, qué duda cabe, elementos de la naturaleza, pero se nos muestran más allá de su mera apariencia objetiva. Las dunas podrían parecer en un primer momento un motivo con escasas posibilidades estéticas más allá de la ondulación de la arena recortada sobre el cielo. El mérito de Alemany reside precisamente en  lo que es capaz de descubrir entre esa inmensidad aparentemente homogénea. Además de recrearse en las sombras que  la arena proyecta sobre sí misma, magnifica detalles mínimos como la pequeña vegetación que crece en ella o los sugerentes charcos dejados por la lluvia. Hay también lugar para jugar con los títulos, creando equívocos irónicos. Sin duda, la fotografía es para Alemany el arte que nos muestra aquello que tenemos delante de los ojos pero que no somos capaces de ver.
     El catálogo de la exposición merece una mención aparte. En él encontramos un artículo del propio Alemany, publicado originalmente en The Carnegie Magazine en 1937. El texto no es largo pero tiene mucha miga. Partiendo de la celebración en Pittsburgh de dos grandes exposiciones, Alemany acaba haciendo un verdadero elogio del arte de la fotografía. Lo hace, en buena parte, en  comparación con la pintura, incurriendo, no sé si conscientemente, en una relectura total de la historia de las vanguardias. Alemany propone aquí que todas las transgresiones acometidas por la pintura desde los impresionistas son una reacción a la fotografía, pues la pintura como representación objetiva de la realidad no tiene sentido cuando una cámara puede hacerlo de manera mucho más rápida y precisa. Esta teoría puede ser todo lo discutible que uno quiera, pero lo cierto es que casi siempre se omite, por molesta, la influencia, pequeña o grande, que la fotografía debió de ejercer sobre el devenir revolucionario de las artes plásticas. Sin duda es un tema que merece mucha más atención de la que de momento ha recibido por parte de la historiografía artística.
     Los argumentos de Alemany tienen como objetivo siempre la reivindicación de la fotografía, nunca el desprestigio de la pintura. La coexistencia pacífica entre ambas pasaría, para él, por definir el campo de acción de cada una. “La pintura debería ser el arte de la invención, y la fotografía pictórica el arte del descubrimiento,” sugiere. Su fotografía es, sin duda, buena muestra de ello y, desde luego, no tiene nada que envidiar a la pintura en cuanto a categoría artística. Al fin y al cabo, y como él mismo dice, “los seres humanos no admiran menos a los descubridores que a los inventores”.

José Alemany. Dunas. Guillermo de Osma Galería. Claudio Coello, 4. Madrid. Hasta el 20 de julio.

Sin título



The art of discovery

Once it became a practicable activity, with very short exposures, photography adapted very well to the evolution of avant-garde art, in the sense that it was rejected for similar reasons. If Impressionism aroused suspicions at the beginning it wasn’t because of its quick brushstrokes, but rather because of its plain and vulgar realism, the same as photography: how could an image of plain everyday life be considered art? The truth is photography had an additional setback: its apparent lack of mastery, since a press of the shutter release was enough to obtain the result. It’s curious to see how this prejudice was one of the reasons the avant-gardes of the 20th century (mainly abstract art, but not only) were rejected with the cliché of ‘even a child can do it.’ Similar words can still be heard today, so I suppose that for someone who thinks of non-figurative painting as a bad joke, a relatively ‘abstract’ photograph must be simply intolerable.
     José Alemany (Blanes, Girona, 1985 - Provincetown, Massachusetts, 1951) knew very well that the quality of a work of art is not a question of how much sweat the artist has put into it. As part of PHotoEspaña 2012, Guillermo de Osma gallery dedicates an exhibition to this photographer, of whom they possess the majority of works. The title of the show is Dunes, since it presents a series dedicated to the sandy landscapes of Cape Cod, in the east coast of the United States. Alemany had emigrated to America in 1917, where he developed a brilliant intellectual career. A humanist and an educator, he taught at the Carnegie Institute of Technology in Pittsburgh, was an expert in the work of Marcel Proust, maintained an epistolary relationship with Igor Stravinsky and gave aid to the republicans fighting the Civil War in Spain.
     To me it’s ever more obvious that, in art, the difference between the ‘figurative’ and the ‘abstract’ is a mere question of terminology that can, in no case, serve as the main theme for any serious artistic analysis. I like José Alemany’s photos precisely because they walk the annoying frontier between the two areas. His photographs portray elements from nature, but they are shown to us in ways that go further than their solely objective appearance. Dunes could seem, at first, a subject with apparently few aesthetic possibilities. Alemany’s merit resides in what he is capable of discovering amongst that homogenous immensity. Apart from revelling in the shadows the sand projects on itself, he magnifies minimal details, such as the small vegetation that grows on it or the suggestive puddles left by rain. There’s also room for playing with titles, giving way to ironic misunderstandings. For Alemany, photography is, without doubt, the art form that shows us the things we have before our eyes but are incapable of seeing.
     The catalogue of the exhibition deserves a special mention. In it we find an article by Alemany himself, originally published in ‘The Carnegie Magazine’ in 1937. The text isn’t long but is full of interest. Starting with two exhibitions taking place in Pittsburgh, Alemany goes on to write a true praise of photography. He does it, mainly, by comparing it to painting and, in so doing, ends up in a whole new lecture of the history of the avant-gardes. Alemany proposes that all the transgressions made by painters since the Impressionists were a reaction to photography, since painting as an objective reflection of reality makes no sense when a camera can do it quicker and more precisely. This theory can be all the controversial one likes, but the truth is the influence of photography on the revolutionary advance of the arts, however big or little, is nearly always taken for granted. It’s, without doubt, a thing that deserves much more attention than it has received so far in art history.
     Alemany’s arguments always have the objective of praising photography, never of discrediting painting. Their peaceful coexistence depends, for him, on defining the areas on which the two arts act. ‘Painting should be the art of invention, and photography the art of discovery,’ he suggests. His photography is, no doubt, a good demonstration of this and by no means lacks painting’s artistry. After all, as he himself puts it, ‘human beings don’t admire discoverers less than they do inventors.’

José Alemany. Dunes. Guillermo de Osma Gallery. Claudio Coello, 4. Madrid. Until 20th July.

lunes, 11 de junio de 2012

Entre el pulso cerebral y sanguíneo

Soñé que revelabas (Ucalyali-Pachitea),
2012
Hay una constante en las tres series que conforman la exposición de Juan Uslé (Santander, 1954) en la galería Soledad Lorenzo, y es la tensión entre el orden y lo espontáneo, entre lo cerebral y lo impulsivo. En la primera sala de la galería se encuentran cuatro grandes lienzos pertenecientes a la serie Manthis. Ya sean más o menos coloridos, todos parten de un fondo ordenado y calculado, en forma de retícula por lo general. El meticuloso orden del fondo contrasta con las formas que Uslé pinta sobre él, en las que se recrea en la curva y el rizo, conformando elementos orgánicos, cuando no directamente intestinos.
     En la siguiente sala, más recogida, se encuentran los cuadros de pequeño formato de la serie Nemaste. A pesar de la diferencia respecto a las Manthis, continúa la pugna, ahora más silenciosa, entre la espontaneidad y el rigor. Se trata de establecer cierto orden allí donde apenas hay líneas rectas o formas precisas, sino elementos irregulares. Es digno de mención cómo Uslé consigue llegar a este punto, cómo es capaz de crear composiciones rigurosas sin recurrir a la escuadra y el cartabón de las Manthis, algunos con resultados muy bellos y sugerentes (Luz silenciosa, por ejemplo).
     Uno se pregunta si quizá es cuestión de tamaño el hecho de que estas obras funcionen, en mi opinión, mejor que las primeras, si acaso será que en una tela grande esa dualidad cálculo-impulso se disipa. Pero enseguida abandono este razonamiento, al pasar a la última sala y encontrarme con tres impresionantes y enormes lienzos de la serie Soñé que revelabas. A diferencia de las Manthis, que parten de un razonamiento conceptual previo, Uslé reconoce que las otras dos “familias”, como él llama a sus series, parten de impulsos más puramente espontáneos. En el caso concreto de Soñé que revelabas, Uslé dice que trata de seguir su propio pulso “hasta que el bombear de la sangre mueva las pinceladas”. Se trata de un ejercicio hecho en estado de trance, que se consigue a través de la repetición incesante de un mismo motivo. Lo interesante de esta repetición es que su intención de regularidad es una intención irrealizable. Es imposible que cada una de las cientos de pinceladas sean idénticas: cada una es similar y a la vez distinta de la anterior.
     Si tomamos como hilo conductor de esta exposición la aludida tensión entre lo regular y lo espontáneo, considero que es la última serie la que mejor refleja esta dicotomía. No sólo eso, sino que son las más poderosas y rotundas. Las finísimas líneas que atraviesan la composición en horizontal son el toque final de maestría.

High Noon. Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 24 de junio.


Pulse of the brain and the blood

There’s a constant idea throughout the three series that make up Juan Uslé’s (Santander, 1954) exhibition at Soledad Lorenzo Gallery: the tension between order and spontaneity, between rationality and the impulsive. In the first room, there are four large paintings that belong to the Manthis series. All of them present an orderly and calculated background, generally in the form of a grid. The meticulous order of the background contrasts with the organic-type forms that Uslé paints on top of it, revelling in curves and loops.
     The next room hosts six paintings from the series Nemaste. Despite the aesthetic differences between the two series, the struggle between spontaneity and rigour continues. The aim is to establish a certain order where there are only irregular forms, and he does it in an apparently effortless style, without requiring rulers or compasses, obtaining some very beautiful and suggestive results (Silent Light, for example).
     One asks himself if it’s maybe the size that makes these paintings work better, in my opinion, than the Manthis series. But I quickly abandon this theory as I enter the last room and find myself with three impressive and enormous canvases from the series Soñé que revelabas. As opposed to the Manthis paintings, which have a more conceptual origin, Uslé admits that the other two “families”, as he calls his series, are more impulsive. In the case of Soñé que revelabas, he says he tries to follow his own heartbeat, “letting it go until the blood pumps and the brushstrokes come into action.” It all happens in a state of trance which is reached through the endless repetition of a certain motif. The interesting thing about this repetition is that his intention of regularity is unreachable. It’s impossible for each one of those hundreds of brushstrokes to be identical: each one is, at the same time, similar and different to the previous one.
     If we assume that the tension between the orderly and the spontaneous is the leitmotif of the exhibition, I think it’s the last series that best reflects this dichotomy. Not only that; they are also the most powerful paintings. The very thin lines that cross the canvases from left to right are the last master touches.

Noon. Soledad Lorenzo Gallery. Orfila, 5. Madrid. Until 24th June.