El espíritu romántico es un elemento consustancial a la era
contemporánea. Instigador de utopías políticas y revoluciones sociales, está
también inscrito a fuego en el ADN de las artes de los últimos dos siglos. El
romanticismo no es solamente un fenómeno artístico y literario que abarca la
primera mitad del siglo XIX, sino una exacerbación del pensamiento ilustrado
que da origen a lo que hoy somos. En el plano artístico, aunque los sucesivos
movimientos de vanguardia rechazaron el romanticismo en la forma, lo cierto es
que el aliciente de uno y otros era el mismo: la libertad. No son pocos,
además, los artistas modernos que han combinado sus investigaciones estéticas
con preocupaciones políticas. Por todos estos motivos, hay pocos artistas
contemporáneos que representen el prototipo de artista romántico mejor que
Jorge Oteiza (Orio, 1908 - San Sebastián, 2003).
Su biografía más reciente,
escrita por Carlos Martínez Gorriarán, ha sido mi primer acercamiento al
artista vasco más allá de alguna que otra escultura que he podido ver en museos
de arte contemporáneo. La gran virtud de esta monografía, publicada en 2011, es
dar una visión completa de Oteiza. Eso significa que se detiene no sólo en los
brillantes hallazgos estéticos del escultor, sino también en su pensamiento
político y los rasgos más contradictorios de su personalidad. Ordenado de forma
básicamente cronológica, la lectura de este libro dará al lector una visión
panorámica de un personaje fascinante y excesivo.
Para mí, que no sabía nada de
Jorge Oteiza, lo que más me interesaba era saber cómo había sido la evolución
de su obra plástica. Tras sus comienzos artísticos en el País Vasco y Madrid,
donde trató de poner en marcha diversos proyectos vanguardistas que animaran la
escena local, Gorriarán dedica un extenso capítulo a la peripecia de Oteiza por
tierras americanas, donde viajó poco antes de estallar la Guerra Civil en
España. Fue una estancia de nada menos que trece años, que lo llevó a
Argentina, Chile y Colombia. Allí comienza a elaborar un programa artístico que
se irá complicando con el paso de los años a la vez que, paradójicamente, se
hace más sencillo en la forma. Si el tiempo que pasó en América supuso un salto
cualitativo fue, sobre todo, por su encuentro con el arte precolombino y la
relación que mantuvo con algunos artistas clave, como Lucio Fontana o Tomás
Maldonado.
Desde el punto de vista
artístico, el capítulo crucial del libro es el que el autor dedica a los diez
años que van desde 1950 hasta 1960. Es la década del Propósito Experimental, un proceso que había de conducir al fin
último de la escultura de Oteiza: la representación del vacío. El relato
minucioso de Gorriarán nos lleva a través de ese fascinante camino emprendido por
Oteiza, desde que concibe teóricamente ese proceso hasta la plasmación plástica
del mismo. Las ilustraciones que acompañan al texto se vuelven en muchos
momentos imprescindibles para entender bien la teoría. A su vez, es emocionante
comprobar en dichas imágenes cómo ese vacío se hace visible en, por ejemplo,
las Cajas metafísicas. Estos
brillantes hallazgos estéticos, acompañados de todo un programa teórico, le valieron
a Oteiza el primer premio de escultura
en la Bienal de arte de Sao Paulo de 1957 (premio, por otro lado, no exento de polémica,
animada en buena parte por el propio Oteiza).
En lo que me da la impresión
que este libro de Carlos Martínez Gorriarán marca diferencias con anteriores
biografías de Oteiza es en que se detiene en la vida y pensamiento de éste tanto
o más que en su obra plástica y preocupaciones estéticas. El autor dedica
muchas páginas a las partes menos amables de la biografía del artista, como su carácter
irascible y sus radicales posicionamientos políticos, producto de un mejunje muy
particular de vago izquierdismo y nacionalismo radical. En su texto más
célebre, Quosque tandem…! Ensayo de
interpretación del alma vasca, Oteiza da las líneas maestras de su
pensamiento social y político. Para él, la actividad política debe derivar
siempre de la investigación estética, nunca al contrario, de modo que se
presenta ante la sociedad como una especie de mesías. Huelga decir que el
incendiario Quosque tandem…! inspiró a
no pocos jóvenes que posteriormente fundaron ETA, a la que Oteiza apoyó en un
principio. Su distanciamiento posterior del terrorismo no fue del todo tajante.
Gorriarán insiste varias veces en que Oteiza fue un mesías pero no un mártir, al
que le gustaba instigar pero dejar que fueran otros los que llevaran a la
práctica la teoría.
Si uno lo piensa, el caso de
Oteiza no deja de ser un ejemplo prototípico –llevado al extremo, si se quiere–
del clásico artista de vanguardia, que quiere trascender la mera actividad
estética. Oteiza pensaba que el fin último del arte era fundirse con la propia
vida. La beligerancia con que defendía estos y otros postulados no es, ni mucho
menos, una excepción dentro del arte de vanguardia. Al fin y al cabo, esa
actitud combativa ha dado origen a muchas de las más brillantes obras de arte
de nuestro tiempo. El propio Gorriarán habla en el prólogo del libro de lo
estimulante que resultaba ir de visita a casa de Oteiza y recibir como un
vendaval sus discursos apasionados y provocativos. Lo que sucede es que, en
Oteiza, tanto lo bueno como lo malo se expresaba siempre en sus formas más
radicales. Gorriarán sitúa este pensamiento vehemente, muchas veces violento,
en la inseguridad congénita del artista. Aunque Oteiza decía no estar demasiado
interesado en exponer su obra o en saber qué opinaban de él los críticos, lo
cierto es que necesitaba desesperadamente de estas dos cosas para convencerse a
sí mismo del talento que poseía.
Hemos de dejar claro que
Gorriarán no pone en ningún momento en cuestión la valía artística de Jorge
Oteiza, hoy considerado uno de los mayores escultores del siglo XX. Desde luego
que la producción plástica del escultor vasco es válida por sí misma, y en ella
reside su valor dentro de la Historia del Arte. Siendo esto cierto, también lo
es que de este modo nunca podremos aspirar a una visión total de la figura de
Oteiza, ya que en algunos casos su pensamiento es fundamental para dar un
significado completo a la obra, por molestos que resulten algunos de sus
postulados más radicales. Es el paradigma del artista moderno y, a la vez, un
caso muy particular. Como dice Gorriarán, “el de Oteiza es un caso, más raro,
de artista-político cuyo mayor éxito consistió en la acumulación de fracasos
políticos y de aciertos artísticos”.
Jorge Oteiza, hacedor de vacíos. Carlos Martínez Gorriarán. Marcial Pons. Madrid,
2011.
A volcano named Jorge Oteiza
The romantic spirit is an unavoidable
matter of our time. Instigator of political utopias and social revolutions, it
is also engraved at the heart of the arts of the last two centuries.
Romanticism is not only a literary and artistic genre of the 19th
century; it’s Enlightenment put into practice, which gives birth to what we are
today. In the artistic front, although the consecutive avant-garde movements
have denounced Romanticism in form, they all share the same profound goal:
freedom. There are also many cases of modern artists that have combined their
aesthetic work with an interest in politics. For all these reasons, there aren’t
many artists that embody the Romantic archetype as well as Jorge Oteiza (Orio,
1980 - San Sebastian, 2003).
His most recent biography, written by Carlos Martínez Gorriarán, has
been my first real approach to the Basque artist apart from the few sculptures
I’ve seen at museums. The book’s greatest virtue is that it gives a complete
account of Oteiza’s life. This means that he talks not only about the
sculptor’s brilliant aesthetic achievements, but also his political thoughts
and the contradictory aspects of his personality. Told in more or less chronological
order, the book will give the reader a complete view of a fascinating and
excessive man.
For me, who knew little about Jorge Oteiza, the thing I was most
interested in was the evolution of his sculpture. After talking about his
beginnings in the Basque Country and Madrid, where he took on various
avant-garde projects to modernise the local scene, Gorriarán dedicates a large
chapter to Oteiza’s journeys throughout South America, where he travelled
little before the eruption of the Spanish Civil War. It was a long stay –13 years–during
which he lived in Argentina, Chile and Colombia. It is there that he began the
elaboration of an artistic programme which got ever more complicated as the
years passed at the same time, curiously, that his sculpture became more and
more simple. His stay in America meant such a leap in his career because of his
discovery of native-American art and his relationship with contemporary artists
such as Lucio Fontana and Tomás Maldonado.
From an artistic point of view, the crucial chapter is the one dedicated
to the period of 1950-60. It’s the decade of the ‘Experimental Purpose’, a
process which led to the ultimate goal of Oteiza’s sculpture: the
representation of emptiness. Gorriarán’s account of this fascinating period
takes us from the birth of the process to its conclusions. The pictures that
accompany the text are sometimes indispensable in order to understand the
theory. At the same time, it’s exciting to witness how emptiness becomes
visible in works like his Metaphysical
Boxes. These brilliant discoveries, along with a detailed programme, made
him worthy of the first prize in sculpture at the 1957 Sao Paulo Biennial (a
prize surrounded by certain controversy, to which Oteiza contributed himself).
I have the impression that this book by Carlos Martínez Gorriarán is
different to previous studies of Oteiza because he focuses on his life and
thoughts as much as on his artistic output. The author dedicates many pages to
the less ‘pleasant’ aspects of his biography, such as his irritable character
and radical political leanings, a product of vague left-wing theory and radical
nationalism. In his most celebrated text, Quosque
tandem...! Essay on the interpretation of the Basque soul, Oteiza lays down
the key points of his social and political philosophy. For him, political
activity should always be second to aesthetic investigation, never the other
way around. He therefore presents himself before society as a kind of messiah.
Needless to say that the incendiary Quosque
tandem...! inspired many young men and women who would later found ETA, who
Oteiza supported at first. His later distancing from terrorism was never fully
categorical. Gorriarán insists on how Oteiza was a messiah but not a martyr, preferring
to instigate violent action rather than putting it into practice himself.
If one stops to think about it, Oteiza’s case is an archetypical example
–taken to its extreme, perhaps– of the classical avant-garde artist, who aims
to transcend his merely aesthetic activity. Oteiza thought that art’s ultimate
goal was to mix with life itself. The ferocity with which he defended these and
other positions is hardly an exception in avant-garde movements. After all,
this aggressive attitude has given birth to some of the best works of art of
our time. Gorriarán himself reflects on how stimulating it was to visit
Oteiza’s house, where the artist would launch a series of passionate and
provocative speeches. The problem was that Oteiza always tended to the radical
side of things. Gorriarán considers the artist’s insecurity to be the
cause of his complex personality. Although Oteiza frequently stated he
wasn’t interested in exhibitions or what the critics thought about him, the truth
is he desperately needed both these things in order to convince himself of his
worth.
Gorriarán never doubts this worth, as Oteiza is now considered one of
the great sculptors of the twentieth century. Of course one can see his works
independently and get to this conclusion. But it’s also true that, this way, we
will have only a partial understanding of the artist, since in some cases his
ideology is crucial in order to fully understand his oeuvre. He is the paradigm
of the modern artist and, at the same time, a peculiar figure. As Gorriarán
puts it, ‘Oteiza’s is a stranger case of artist-politician whose greatest
success consisted in the accumulation of political failures and artistic
achievements.’
Jorge Oteiza, hacedor de vacíos. Carlos Martínez Gorriarán. Marcial Pons. Madrid,
2011.