Con algo de suerte, la exposición que el Museo Reina
Sofía le dedica a María Blanchard (Santander, 1881 - París, 1932) servirá para
que los espectadores lleguen a una valoración objetiva sobre el lugar que ocupa
esta pintora en la historia del arte moderno. Como sucede con tantos artistas que no salen en la
primera línea del relato, la trayectoria de Blanchard se ha contado más en
relación con sus célebres amigos que desde un punto de vista centrado en su
propia producción artística. La fortuna de poder ver una muy generosa selección
de su obra ayudará, sin duda, a poner las cosas en su sitio.
Nacida en
Santander en 1881, la infancia de María Gutiérrez Blanchard se ve marcada por
una malformación de nacimiento (nació con una joroba). A pesar de que hoy
sabemos que esto fue causa de una alteración cromosómica, Blanchard siempre
culpó de esta malformación a su madre, que había sufrido una caída de un
caballo estando embarazada. Anécdotas relacionadas con su joroba pueblan su
juventud: señoras santiguándose a su paso, supersticiosos que frotaban sus
boletos de lotería contra su espalda, por no mencionar la crueldad de los niños
en el colegio. Blanchard encontró una vía de escape en el arte, animada por su
padre. Ante sus grandes aspiraciones, Santander se le quedó pequeño rápidamente
y todo hace indicar que, a pesar de su traslado a Madrid, su vista siempre
estuvo puesta en París, donde viajó becada en dos ocasiones antes de instalarse
allí.
En 1916 Blanchard
cambió un porvenir cómodo por la vida bohemia del barrio de Montparnasse: el
mismo año que se le ofreció la cátedra de dibujo en la Escuela Normal de
Salamanca, la artista decidió mudarse definitivamente a París, abandonando
España para no volver nunca. Casi todos los textos acerca de la artista se
refieren al hecho de que este traslado no debió de ser nada fácil para una
mujer que viajaba sola a un mundo que, si bien era emocionante en el terreno
creativo, era bastante precario en lo económico. Además, la vanguardia
artística –ya de por sí un ámbito marginal– era un mundo dominado por hombres, por
lo que una mujer lo tenía doblemente complicado para hacerse un hueco.
Blanchard debía de guardar un recuerdo bastante tenebroso de España si
semejantes dificultades le compensaron.
En el
terreno puramente artístico, lo cierto es que Blanchard había aprovechado
plenamente sus dos visitas a París anteriores a su traslado definitivo. La
primera sala de la exposición del Reina Sofía es buena muestra de ello. En ella
pasamos de una pintura naturalista tradicional a cuadros en los que se dejan
sentir con fuerza las distintas sensibilidades de la vanguardia parisina. Desde
luego, Blanchard era una alumna aventajada: ya en 1913 realizó sus primeras
composiciones cubistas y dos años más tarde participó en la Exposición de
Pintores Íntegros de Madrid organizada por Ramón Gómez de la Serna.
Composición cubista, 1919 |
Una vez en
París, contactó rápidamente con los círculos de vanguardia, ocupando en poco
tiempo un puesto de primera línea entre los pintores cubistas. Blanchard
participó de esa vertiente más intelectual del cubismo que algunos dieron en
llamar “cubismo a priori” y del que quizá el máximo exponente es Juan Gris. Al
igual que éste, las composiciones de Blanchard denotan una actitud meditada
hacia la pintura, una pintura en la que todo parece bien medido, lo cual no
evita que recurra a unas combinaciones cromáticas muy elocuentes. A partir de
la década de 1920, Blanchard tendió hacia una pintura figurativa situada en el
contexto de los “nuevos realismos” del periodo de entreguerras. Este realismo
se suele asociar al carácter introspectivo y melancólico de la última década de
su vida. Sin desmentir esto, yo creo que el asunto es algo más complejo. Si
volvemos por un momento a la primera sala de la exposición, encontraremos un
cuadro impresionante titulado La
comulgante. Esta obra, que causó impresión cuando fue expuesta en París,
había sido pintada en 1914, y para mí es la muestra de que el realismo potente
y moderno de Blanchard es algo latente a lo largo de toda su trayectoria, no un
mero refugio sentimental. El paso del cubismo de la década anterior a una
figuración de esta calidad no se produce de la noche a la mañana.
La gourmandise, 1924 |
En los años
de la Primera Guerra Mundial, el de María Blanchard fue un nombre de referencia
de la vanguardia. Amiga de los que ahora tenemos por protagonistas principales
del cubismo (Gris, Metzinger, Lipchitz, Lhote), Blanchard fue tenida entre éstos
como una igual, caso excepcional para una mujer. Carmen Bernárdez Sanchís,
autora de la biografía más reciente sobre Blanchard (publicada por la Fundación
Mapfre), señala que “una mujer pintando cubismo era vista como una especie de
traición a su propia naturaleza”, por considerarse que el género femenino sólo
podía dedicarse a lo sentimental y lo decorativo, nunca a un arte “puro” e
intelectual como era el cubismo. Este desafío debió de acarrear suspicacias por
parte de algunos, pero también respeto de muchos otros. No hace falta consultar
demasiadas fuentes para saber que Blanchard fue una pintora muy respetada.
Estuvo en el centro del desarrollo del cubismo, participando en los debates y
las exposiciones más relevantes (se suele hacer hincapié en que participó en la
misma exposición en que se mostró por primera vez Las señoritas de Avignon de Picasso). ¿Por qué, entonces, la
historiografía no ha sido tan generosa con ella como con otros pintores de su
misma relevancia objetiva?
Algo parece
estar cambiando. La obra de María Blanchard ha estado siempre inevitablemente
ligada a su deformidad física y la melancolía que ello le causaba. Su figura
parece haber sido valorada únicamente en relación con esto y a su amistad con
grandes protagonistas de la vanguardia. Incluso los elogios de Gómez de la
Serna o las bellas palabras que le dedicó Federico García Lorca destilan cierto
aire paternalista, como si el valor de su pintura se debiera a los obstáculos que
debió superar y no a su talento. El
verano pasado, el historiador del arte Javier Maderuelo escribió una crónica acerca
de una exposición que se le dedicó a Blanchard en Santander (Babelia, EL PAÍS,
28/07/12). El título del artículo, “Un respeto para María Blanchard”, es toda
una declaración de intenciones que quizá marque, junto a la exposición del
Reina Sofía, un cambio de tendencia en la apreciación de esta gran pintora.
María Blanchard. Museo Nacional Centro de
Arte Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 25 de febrero.
The coming of age of María Blanchard
With any
luck, the current exhibition at the Reina Sofía Museum dedicated to María
Blanchard (Santander, 1881 - Paris, 1932) will help the visitors value the
painter’s place in the history of modern art. As is often the case with the
artists that are not included in the foreground of history, Blanchard’s story
has been told more in relation with her celebrated friends than from an
objective point of view. The fortune of having a good deal of her work shown at
the exhibition will no doubt help put everything in its place.
Born in Santander in 1881, María Gutiérrez
Blanchard’s childhood is marked by a physical deformity (she was born with a
hump). Although we know today that this was due to a chromosome alteration,
Blanchard always blamed her mother for it, since she had fallen off a horse during
her pregnancy. Her early days are full of stories related to her hump, like people
rubbing their lottery tickets against her back and the cruelty of her
classmates at school. Blanchard found a way out of all this through art,
encouraged by her father. Due to her great aspirations, Santander soon became
too small for her and, although she relocated to Madrid, it seems her sights
were always set on Paris, which she visited on two occasions before moving
there.
In 1916, Blanchard changed a comfortable
future for the bohemian life of Montparnasse: the same year she was granted a
position of art professor at Salamanca, the artist decided to move to Paris,
abandoning Spain to never return. Nearly every text dedicated to the artist
comments on how this move must have been a difficult one for a woman travelling
alone to a world that was as creatively exciting as it was economically
precarious. The avant-garde, a world dominated by men, was also a difficult
place for a woman to find success. Blanchard must have kept a very dark memory
of Spain if all these obstacles made up for her move to Paris.
On the artistic front, the truth is
Blanchard had fully taken advantage of her previous visits to France. The first
room in this exhibition is a good demonstration. Here we see the evolution from
traditional naturalism to paintings strongly influenced by the different
tendencies of the Parisian avant-garde. It’s clear that Blanchard was a
talented pupil: already in 1913 she was painting her first cubist compositions
and two years later she participated in the “Exposición de Pintores Íntegros de Madrid” organised by Ramón Gómez
de la Serna.
Once in Paris, she quickly contacted the
avant-garde circles, acquiring a prominent role amongst the Cubists. Blanchard
participated in that more intellectual tendency of Cubism that some called “a
priori Cubism”, whose best example is probably Juan Gris. Like Gris, Blanchard’s
compositions take a serene approach to painting, where everything seems well
measured, without it being an obstacle for lucid chromatic combinations. From
the 1920’s onwards, Blanchard was inclined towards a class of figurative
painting much in line with New Objectivity. This realism is usually associated
with Blanchard’s more introspective and melancholic character in the last years
of her life. Not that I deny this, I think this is somewhat more complex. If we
go back for a moment to the first room of the exhibition, we’ll find an
impressive painting titled La comuniante.
This work, which caused an impression when it was first shown in Paris, had
been painted in 1914 and is, for me, the demonstration that this strong and
modern realism of Blanchard is something latent throughout her whole career,
not just some sentimental lifeboat. The move from the Cubism of the previous
decade to a figurative painting of this quality is not something that happens
overnight.
During the years of the First World War,
María Blanchard was a reference point in the avant-garde. She was an equal
amongst those we now consider Cubism’s heroic figures (Gris, Metzinger,
Lipchitz, Lhote), something quite exceptional in the case of a woman. Carmen
Bernárdez Sanchís, author of Blanchard’s most recent biography (published by
Fundación Mapfre), points out that “a woman painting Cubism was considered a
sort of betrayal to her own nature,” as it was considered that women could only
dedicate themselves to the sentimental and decorative, never to a “pure” and conceptual
art like Cubism. This defiance must have caused more than one criticism, but
also respect amongst many of her colleagues. One doesn’t need to read a great
lot to find out that María Blanchard was a very well-respected painter. She was
at the very centre of the development of Cubism, taking part in its debates and
exhibitions (her work was present, for example, at the show where Picasso’s Demoiselles d’Avignon was first seen). Why,
then, has history not been as good to her as to other painters of her same objective
stature?
Something seems to be changing. María
Blanchard’s oeuvre has always been inevitably tied to her physical condition
and the sadness it caused her. Her figure seems to have been seen only in
relation to this and to her relationship with the great names of the
avant-garde. Even the praise of Ramón Gómez de la Serna and the beautiful words
Federico García Lorca dedicated to her seem to carry a scent of paternalism, as
if the value of her painting were due to her perseverance against obstacles
rather than to her talent. Last summer, the art historian Javier Maderuelo
wrote a text on an exhibition dedicated to Blanchard in Santander (Babelia, EL
PAÍS, 28/07/12). The title of the article, “Respect for María Blanchard,” is a sentence
that might signal, along with the exhibition at the Reina Sofía, a change in
the appreciation of this great painter.
María Blanchard. Museo Nacional Centro de
Arte Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Until 25th February.