La amplia y luminosa sala de la galería Javier López alberga hasta la próxima semana unos enormes cuadros del artista italiano Francesco Clemente (Nápoles, 1952). Pintor de muy reputado prestigio, presenta aquí, junto a algunas obras más antiguas, una serie de pinturas realizada en 2011 titulada JK’s Walk (El paseo de JK).
Este hombre culto, estudioso de la cultura clásica grecorromana, se trasladó a Nueva York, donde aún vive, en 1982. Alterna su vida en América con largas estancias en Madrás, donde ha colaborado con artesanos locales. De sus palabras se desprende que en él confluyen saludablemente el individualismo occidental y el carácter más comunitario de la cultura india. Desconfía de la excesiva apreciación que nociones como el estilo y la firma tienen en la tradición occidental, y admira la forma en que los proyectos artístico en la India muchas veces se abordan de forma colectiva.
La gran serie que presenta en esta muestra nació como un papel de dieciocho metros de largo y casi dos de alto. Clemente pintó la composición a lo largo de todo el papel, cortándolo luego a lo ancho, de forma que el resultado son nueve piezas, distintas pero inevitablemente relacionadas.
Frente a los cuadros, es evidente que nos encontramos ante un pintor con una fuerte personalidad. Se nota en todo: en lo atractivas y poderosas que se muestran las imágenes a primera vista, en la elección de los colores, en la coherencia entre las nueve piezas a pesar de ser muy distintas. Son cuadros luminosos. Están realizados con acuarela y en algunas partes el color está tan diluido que podemos vislumbrar el papel. La delicadeza de no convertir los colores en velos opacos hace reverberar estos grandes rectángulos con el blanco que palpita bajo la superficie. La facilidad con que uno acierta a poner nombre a esta técnica –veladura o transparencia– no resta un ápice de valor a la maestría que hay que tener para llevarla a cabo.
Aunque no dispusiéramos de título, la verdad es que este conjunto de pinturas podría llevarnos a pensar en la idea de un viaje, de un deambular por distintos paisajes. Podría tratarse del viaje individual de alguien, pero, al no ser escenarios concretos, cualquiera puede hacerlos suyos. En la nota de prensa de la galería se hace mención a una lista de términos aparentemente contradictorios que en la obra de Francesco Clemente conviven armónicamente. Un ejemplo es “memoria individual” y “memoria colectiva”, una contradicción que en las pinturas de Clemente no es tal. Ello cobra mayor sentido si sabemos de la relación del artista con la India. Estas obras, estos paisajes de la memoria, son, forzosamente, evocaciones individuales del autor. A su vez, sin embargo, son lo suficientemente indefinidas como para que cada uno pueda llevarlos al terreno de su propia experiencia.
Si uno se fija solamente en los cuadros por separado podría no darse cuenta, pero, vistos en conjunto, se aprecia un sutil sendero que se va abriendo paso y los atraviesa por la mitad, enlazándolos unos con otros. Sobre el camino, igual de sutiles, aparecen unas huellas, unas pisadas. Este rastro de presencia humana puede involucrarnos todavía más en las piezas. ¿Será este paseo a través de nueve pinturas una metáfora del tránsito vital? La estructura cavernosa del último cuadro, donde las huellas desaparecen abruptamente, ¿marca el final de el paseo?
Franceso Clemente. JK’s Walk. Galería Javier López. Guecho, 12 B. La Florida, Madrid. Hasta el 2 de febrero.
Galería Javier López's large and luminous room hosts, until next week, some enormous paintings by the Italian artist Francesco Clemente (Naples, 1952). A painter of great reputation, the exhibition presents, along with older pieces, a series of paintings titled JK’s Walk.
This cultivated man, with solid knowledge on ancient Greek and Roman cultures, moved to New York, where he still lives, in 1982. He combines his life in America with long stays in Madras, where he has worked with local artisans. Judging by his own words, one has the impression he healthily combines Western individualism with the more communal Indian culture. He frowns upon the excessively important role given to concepts such as style in Western tradition, and admires the way in which many artistic projects in India have a collective nature.
The great series he presents here was born as an 18 metres-long piece of paper. Clemente painted a composition along the whole paper, cutting it later into smaller pieces. The result was a series of nine separate paintings that are, inevitably, related to one another.
When looking at the paintings, it’s obvious we are witnessing the work of a painter with a strong and distinctive personality. Everything tells us so: the way the paintings seem at first sight attractive and powerful, the selection of colours, the coherence between the nine pieces in spite of being very different. These are bright paintings. They have been painted with watercolour and, in some parts, the colours are so diluted that we can begin to see the paper. The delicacy that prevents the colours from becoming opaque veils makes the works reverberate due to the whiteness that breathes underneath. One needs great mastery in order to do this as well as this.
Even if we didn’t have a title, the truth is the word ‘walk’ or ‘trip’ could come to mind when looking at these paintings. It could well be someone’s individual journey, but, since these are not specific sceneries, anybody can interpret them as their own. In the gallery’s press release, there is a list of apparently contradictory terms which, in Francesco Clemente’s work, peacefully coexist. An example is “individual memory” and “collective memory”, compliments of one another rather than a contradiction in Clemente’s paintings. This is easier to understand when we know of the artist’s bond with India. These pieces, these landscapes of memory, are, inevitably, the author’s individual evocations. At the same time, nonetheless, they are abstract enough so that anyone can incorporate them to the realm of their very own experience.
If we look at the paintings separately we may not realise, but, when seen as a whole, we can begin to see a subtle path that makes its way across the pieces, linking one to the next. On the path, equally subtle, we notice the presence of human footprints. This trail of human presence appeals to us directly. Is this walk through nine paintings a metaphor of our existence? Is the cavernous structure of the last painting, where the footprints abruptly disappear, the end of the walk?
Francesco Clemente. JK’s Walk. Galería Javier López. Guecho, 12 B. La Florida, Madrid. Until 2nd February.
Este hombre culto, estudioso de la cultura clásica grecorromana, se trasladó a Nueva York, donde aún vive, en 1982. Alterna su vida en América con largas estancias en Madrás, donde ha colaborado con artesanos locales. De sus palabras se desprende que en él confluyen saludablemente el individualismo occidental y el carácter más comunitario de la cultura india. Desconfía de la excesiva apreciación que nociones como el estilo y la firma tienen en la tradición occidental, y admira la forma en que los proyectos artístico en la India muchas veces se abordan de forma colectiva.
La gran serie que presenta en esta muestra nació como un papel de dieciocho metros de largo y casi dos de alto. Clemente pintó la composición a lo largo de todo el papel, cortándolo luego a lo ancho, de forma que el resultado son nueve piezas, distintas pero inevitablemente relacionadas.
Frente a los cuadros, es evidente que nos encontramos ante un pintor con una fuerte personalidad. Se nota en todo: en lo atractivas y poderosas que se muestran las imágenes a primera vista, en la elección de los colores, en la coherencia entre las nueve piezas a pesar de ser muy distintas. Son cuadros luminosos. Están realizados con acuarela y en algunas partes el color está tan diluido que podemos vislumbrar el papel. La delicadeza de no convertir los colores en velos opacos hace reverberar estos grandes rectángulos con el blanco que palpita bajo la superficie. La facilidad con que uno acierta a poner nombre a esta técnica –veladura o transparencia– no resta un ápice de valor a la maestría que hay que tener para llevarla a cabo.
Aunque no dispusiéramos de título, la verdad es que este conjunto de pinturas podría llevarnos a pensar en la idea de un viaje, de un deambular por distintos paisajes. Podría tratarse del viaje individual de alguien, pero, al no ser escenarios concretos, cualquiera puede hacerlos suyos. En la nota de prensa de la galería se hace mención a una lista de términos aparentemente contradictorios que en la obra de Francesco Clemente conviven armónicamente. Un ejemplo es “memoria individual” y “memoria colectiva”, una contradicción que en las pinturas de Clemente no es tal. Ello cobra mayor sentido si sabemos de la relación del artista con la India. Estas obras, estos paisajes de la memoria, son, forzosamente, evocaciones individuales del autor. A su vez, sin embargo, son lo suficientemente indefinidas como para que cada uno pueda llevarlos al terreno de su propia experiencia.
Si uno se fija solamente en los cuadros por separado podría no darse cuenta, pero, vistos en conjunto, se aprecia un sutil sendero que se va abriendo paso y los atraviesa por la mitad, enlazándolos unos con otros. Sobre el camino, igual de sutiles, aparecen unas huellas, unas pisadas. Este rastro de presencia humana puede involucrarnos todavía más en las piezas. ¿Será este paseo a través de nueve pinturas una metáfora del tránsito vital? La estructura cavernosa del último cuadro, donde las huellas desaparecen abruptamente, ¿marca el final de el paseo?
Franceso Clemente. JK’s Walk. Galería Javier López. Guecho, 12 B. La Florida, Madrid. Hasta el 2 de febrero.
JK's Walk III, 2011 (imagen cedida por Galería Javier López) |
Francesco Clemente's Walk
This cultivated man, with solid knowledge on ancient Greek and Roman cultures, moved to New York, where he still lives, in 1982. He combines his life in America with long stays in Madras, where he has worked with local artisans. Judging by his own words, one has the impression he healthily combines Western individualism with the more communal Indian culture. He frowns upon the excessively important role given to concepts such as style in Western tradition, and admires the way in which many artistic projects in India have a collective nature.
The great series he presents here was born as an 18 metres-long piece of paper. Clemente painted a composition along the whole paper, cutting it later into smaller pieces. The result was a series of nine separate paintings that are, inevitably, related to one another.
When looking at the paintings, it’s obvious we are witnessing the work of a painter with a strong and distinctive personality. Everything tells us so: the way the paintings seem at first sight attractive and powerful, the selection of colours, the coherence between the nine pieces in spite of being very different. These are bright paintings. They have been painted with watercolour and, in some parts, the colours are so diluted that we can begin to see the paper. The delicacy that prevents the colours from becoming opaque veils makes the works reverberate due to the whiteness that breathes underneath. One needs great mastery in order to do this as well as this.
Even if we didn’t have a title, the truth is the word ‘walk’ or ‘trip’ could come to mind when looking at these paintings. It could well be someone’s individual journey, but, since these are not specific sceneries, anybody can interpret them as their own. In the gallery’s press release, there is a list of apparently contradictory terms which, in Francesco Clemente’s work, peacefully coexist. An example is “individual memory” and “collective memory”, compliments of one another rather than a contradiction in Clemente’s paintings. This is easier to understand when we know of the artist’s bond with India. These pieces, these landscapes of memory, are, inevitably, the author’s individual evocations. At the same time, nonetheless, they are abstract enough so that anyone can incorporate them to the realm of their very own experience.
If we look at the paintings separately we may not realise, but, when seen as a whole, we can begin to see a subtle path that makes its way across the pieces, linking one to the next. On the path, equally subtle, we notice the presence of human footprints. This trail of human presence appeals to us directly. Is this walk through nine paintings a metaphor of our existence? Is the cavernous structure of the last painting, where the footprints abruptly disappear, the end of the walk?
Francesco Clemente. JK’s Walk. Galería Javier López. Guecho, 12 B. La Florida, Madrid. Until 2nd February.