Las trabajadoras textiles, 1927 |
He tardado demasiado en hablar de esta exposición, que cierra ya sus puertas este domingo. Pero nunca cuesta –figurada y literalmente– hacer una visita a la Fundación Juan March, que lleva exponiendo desde el octubre pasado una muestra dedicada al pintor ruso Aleksandr Deineka (Kursk, 1899 - Moscú, 1969). La exposición viene a cerrar, en cierta medida, un círculo que comenzó en 1985, cuando la Fundación se convirtió en el primer centro español en organizar una muestra dedicada a la vanguardia rusa. Además de profundizar en este periodo, con exposiciones dedicadas a artistas como Malévich, Ródchenko y Popova, en 2008 presentó una muestra dedicada al arte conceptual desarrollado en la Unión Soviética entre los años 60 y 90. La exposición actual viene a subsanar la laguna de los años intermedios, esto es, el arte oficial impuesto tras la llegada de Stalin al poder.
El autorretrato de un Deineka maduro nos recibe al comienzo de la exposición antes de sumergirnos en los años previos e inmediatamente posteriores a la revolución de 1917. Nunca antes había comprendido mejor la Revolución Rusa. Pude ver hasta qué punto los artistas más radicales vieron en la revolución una salida “útil” a su arte de vanguardia. Un arte de vanguardia al servicio de una política de vanguardia, un nuevo orden social que tendría su propia iconografía en las formas geométricas y colores planos de Malévich y El Lissitzky, o en unos collages de una originalidad alucinante. He de reconocer que, hasta cierto punto, me sentí intimidado por tanto fervor revolucionario, por tanta propaganda presentada en formas frías y cortantes. No me queda más que aplaudir a los responsables de la exposición.
Entre las obras de los vanguardistas rusos más destacados y carteles propagandísticos, encontramos las primeras obras de Deineka. Además de obra gráfica, se nos presentan sus primeros lienzos monumentales. Según avanza la muestra, con la muerte de Lenin y el ascenso de Stalin como telón de fondo, las obras que sirven para contextualizar el periodo van quedando atrás hasta dejar a Deineka como único protagonista. La llegada de Stalin al poder supone el fin de la experimentación vanguardista por considerarse un arte inútil para el proletariado, instaurándose el realismo socialista como única expresión artística legítima. Aleksandr Deineka fue, quizá, el mayor exponente de este movimiento, lo cual puede explicar el desconocimiento absoluto que muchos teníamos de su obra, lógico si se tiene en cuenta el interés casi nulo que se le presta al periodo estalinista en términos artísticos.
Me siento en la obligación de agradecer, una vez más, a la Fundación Juan March por descubrirme a un artista del que, si por los manuales de historia del arte fuese, posiblemente no hubiera tenido noticias jamás. Porque lo cierto es que detrás del artista fiel al régimen, del propagandista, se esconde un gran pintor. En las figuras de Deineka se aprecian afinidades con otras tendencias figurativas de la época. Lo que lo diferencia de los pintores alemanes de la Nueva Objetividad es un aire limpio, optimista, expresado en la forma misma de aplicar la pintura: no una pesada superposición de capas, sino pinceladas más bien acuosas que nos hacen pensar en acuarela más que en óleo, a pesar de lo que nos digan las cartelas. El gran logro de Deineka lo sitúo yo, sobre todo, en esa forma de aparente ligereza, que resta peso a unos lienzos de gran tamaño. Otra parte de su calidad queda evidenciada en una serie de cuadros que se alejan del trabajo en las fábricas y el deporte: unos cuadros pequeños, como apuntes, que hizo en su viaje a los Estados Unidos o el impresionante retrato de tres mujeres desempleadas de Berlín.
Pero a lo mejor nada de esto vale. Me imagino las miradas de arrogante condescendencia ante estos grandes lienzos de algunas personas que considerarán casi una ofensa personal que uno de estos realistas socialistas ose competir con los héroes virulentos de la vanguardia rusa. En todo caso, se pensará, pintores como Deineka sirven como documento histórico. De injusticias como ésta están llenos los libros de historia del arte, que instituciones como la Juan March tratan de subsanar con gran inteligencia, a través de exposiciones incontestables.
Lo triste es que muchas veces haya que andar con discusiones ajenas al arte para reivindicar el papel de tal o cual artista. Estaba a punto de enumerar algunas razones que podrían salvar a Deineka ante los ojos de quienes lo pudieran juzgar por motivos estrictamente extra-artísticos. Pero empezar a sumarle méritos anticomunistas o pro-vanguardistas como si fueran medallas militares me resulta absurdo. Sí, Deineka fue un hombre fiel al régimen, ¿y qué? Yo soy de los que considera que el arte se defiende solo, y estoy con Francisco Calvo Serraller cuando dice que olvidarnos de Aleksandr Deineka por pertenecer a tal o cual etiqueta académica sería lo mismo que pasar por alto a artistas como Hopper, Balthus, Spencer o nuestro José Gutiérrez Solana.
Aleksandr Deineka (1899-1969). Una vanguardia para el proletariado. Fundación Juan March. Castelló 77, Madrid. Hasta el 15 de enero.
Deineka without labels
I’ve taken too long to write about this exhibition, which finishes this very Sunday. But it’s always nice to visit the Fundación Juan March, which has been hosting an exhibition since last October dedicated to the Russian painter Aleksandr Deineka (Kursk, 1899 - Moscow, 1969). In a way, the exhibition brings to an end an investigation that began in 1985, when the Fundación became the first Spanish institution to organise an exhibition dedicated to the Russian avant-garde. Besides deeper study of this period, with shows on artists such as Malevich, Rodchenko and Popova, in 2008 it organised a show on conceptual art created in the Soviet Union between 1960 and 1990. The current exhibition tries to make up for the lack of attention paid to the period in between, this is, the official art imposed by Stalin after his rise to power.
The self-portrait of a mature Deineka welcomes us to the exhibition, which immediately turns to the precedent and immediately subsequent years of the 1917 Revolution. Never before have I understood the Russian Revolution as well as in these rooms. I witnessed the extent to which the most radical artists saw the revolution as the perfect arena for their art. Avant-garde art for avant-garde politics, a new social order that would have its own iconography in the geometrical shapes and plain colours of Malevich and El Lissitzky or in collages of incredible originality. I must admit I was, to some extent, intimidated by such revolutionary fervour, by all this propaganda presented in cold and hard-edged forms. I can only applaud the organisers of the exhibition.
Amongst the works of the most relevant Russian avant-garde artists and propagandistic posters, we find the first works by Deineka. Apart from graphic work, we are presented with his first monumental paintings. As we advance, with Lenin’s death and the rise of Stalin as a backdrop, the references that serve as historical context progressively disappear and leave Deineka as the solitary protagonist. Stalin’s arrival saw the end of avant-garde experimentation, considered useless for the proletariat, and the establishment of Socialist Realism as the only legitimate artistic expression. Aleksandr Deineka was, possibly, this tendency’s major figure, and this would probably explain the utter ignorance many of us had of his work, logical if we take into account the nearly inexistent attention the Stalinist period receives in artistic terms.
I feel obliged to thank the Fundación Juan March, once again, for revealing an artist to me that, had it been for art history manuals, I would probably never have discovered. Because the truth is that beneath the artist faithful to the regime, beneath the propagandist, lies a great painter. Deineka’s figures reveal affinities with other figurative tendencies of the time. The difference between him and the German painters ascribed to New Objectivity is the clean, optimistic air that dominates his paintings, expressed in the very way he applies the paint: not a weighty superposition of layers, but more a watery brushstroke which makes us think of watercolour instead of oil. I think Deineka’s greatest achievement is, above all, this apparent lightless that relieves the great canvases of weight. His mastery can also be appreciated in a series of paintings that move away from the world of labour and sport: small paintings, like quick notes, he made in his trip to the United States or the impressive portrait of three unemployed women from Berlin.
But maybe none of this is enough. I can imagine the looks of arrogant condescendence of some people before these paintings, feeling nearly as a personal avenge the fact that one of these Socialist Realists dares to compete with the virulent heroes of the Russian avant-garde. Painters like Deineka are, at best, historical documents. Art history books are filled with injustices like this, which institutions like the Fundación Juan March try to make up for with great intelligence, through unquestionable exhibitions.
The sad thing is that sometimes we end up in discussions alien to art in order to acclaim the role of this or that artist. I was about to list some reasons that could save Deineka in the eyes of those who might judge him for strictly non-artistic reasons. But to attribute anti-Communist or pro-avant-garde merits as if they were military medals just seems absurd to me. Yes, Deineka was a man faithful to the regime. So what? I am of those who think that art defends itself, and I am with Francisco Calvo Serraller when he says that to forget Aleksandr Deineka because of his belonging to this or that academic label would be the same as ignoring artists such as Hopper, Balthus, Spencer or José Gutiérrez Solana.
Aleksandr Deineka (1899-1969). An avant-garde for the proletariat. Fundación Juan March. Castelló 77, Madrid. Until 15th January.
El autorretrato de un Deineka maduro nos recibe al comienzo de la exposición antes de sumergirnos en los años previos e inmediatamente posteriores a la revolución de 1917. Nunca antes había comprendido mejor la Revolución Rusa. Pude ver hasta qué punto los artistas más radicales vieron en la revolución una salida “útil” a su arte de vanguardia. Un arte de vanguardia al servicio de una política de vanguardia, un nuevo orden social que tendría su propia iconografía en las formas geométricas y colores planos de Malévich y El Lissitzky, o en unos collages de una originalidad alucinante. He de reconocer que, hasta cierto punto, me sentí intimidado por tanto fervor revolucionario, por tanta propaganda presentada en formas frías y cortantes. No me queda más que aplaudir a los responsables de la exposición.
Entre las obras de los vanguardistas rusos más destacados y carteles propagandísticos, encontramos las primeras obras de Deineka. Además de obra gráfica, se nos presentan sus primeros lienzos monumentales. Según avanza la muestra, con la muerte de Lenin y el ascenso de Stalin como telón de fondo, las obras que sirven para contextualizar el periodo van quedando atrás hasta dejar a Deineka como único protagonista. La llegada de Stalin al poder supone el fin de la experimentación vanguardista por considerarse un arte inútil para el proletariado, instaurándose el realismo socialista como única expresión artística legítima. Aleksandr Deineka fue, quizá, el mayor exponente de este movimiento, lo cual puede explicar el desconocimiento absoluto que muchos teníamos de su obra, lógico si se tiene en cuenta el interés casi nulo que se le presta al periodo estalinista en términos artísticos.
Me siento en la obligación de agradecer, una vez más, a la Fundación Juan March por descubrirme a un artista del que, si por los manuales de historia del arte fuese, posiblemente no hubiera tenido noticias jamás. Porque lo cierto es que detrás del artista fiel al régimen, del propagandista, se esconde un gran pintor. En las figuras de Deineka se aprecian afinidades con otras tendencias figurativas de la época. Lo que lo diferencia de los pintores alemanes de la Nueva Objetividad es un aire limpio, optimista, expresado en la forma misma de aplicar la pintura: no una pesada superposición de capas, sino pinceladas más bien acuosas que nos hacen pensar en acuarela más que en óleo, a pesar de lo que nos digan las cartelas. El gran logro de Deineka lo sitúo yo, sobre todo, en esa forma de aparente ligereza, que resta peso a unos lienzos de gran tamaño. Otra parte de su calidad queda evidenciada en una serie de cuadros que se alejan del trabajo en las fábricas y el deporte: unos cuadros pequeños, como apuntes, que hizo en su viaje a los Estados Unidos o el impresionante retrato de tres mujeres desempleadas de Berlín.
Pero a lo mejor nada de esto vale. Me imagino las miradas de arrogante condescendencia ante estos grandes lienzos de algunas personas que considerarán casi una ofensa personal que uno de estos realistas socialistas ose competir con los héroes virulentos de la vanguardia rusa. En todo caso, se pensará, pintores como Deineka sirven como documento histórico. De injusticias como ésta están llenos los libros de historia del arte, que instituciones como la Juan March tratan de subsanar con gran inteligencia, a través de exposiciones incontestables.
Lo triste es que muchas veces haya que andar con discusiones ajenas al arte para reivindicar el papel de tal o cual artista. Estaba a punto de enumerar algunas razones que podrían salvar a Deineka ante los ojos de quienes lo pudieran juzgar por motivos estrictamente extra-artísticos. Pero empezar a sumarle méritos anticomunistas o pro-vanguardistas como si fueran medallas militares me resulta absurdo. Sí, Deineka fue un hombre fiel al régimen, ¿y qué? Yo soy de los que considera que el arte se defiende solo, y estoy con Francisco Calvo Serraller cuando dice que olvidarnos de Aleksandr Deineka por pertenecer a tal o cual etiqueta académica sería lo mismo que pasar por alto a artistas como Hopper, Balthus, Spencer o nuestro José Gutiérrez Solana.
Aleksandr Deineka (1899-1969). Una vanguardia para el proletariado. Fundación Juan March. Castelló 77, Madrid. Hasta el 15 de enero.
Deineka without labels
I’ve taken too long to write about this exhibition, which finishes this very Sunday. But it’s always nice to visit the Fundación Juan March, which has been hosting an exhibition since last October dedicated to the Russian painter Aleksandr Deineka (Kursk, 1899 - Moscow, 1969). In a way, the exhibition brings to an end an investigation that began in 1985, when the Fundación became the first Spanish institution to organise an exhibition dedicated to the Russian avant-garde. Besides deeper study of this period, with shows on artists such as Malevich, Rodchenko and Popova, in 2008 it organised a show on conceptual art created in the Soviet Union between 1960 and 1990. The current exhibition tries to make up for the lack of attention paid to the period in between, this is, the official art imposed by Stalin after his rise to power.
The self-portrait of a mature Deineka welcomes us to the exhibition, which immediately turns to the precedent and immediately subsequent years of the 1917 Revolution. Never before have I understood the Russian Revolution as well as in these rooms. I witnessed the extent to which the most radical artists saw the revolution as the perfect arena for their art. Avant-garde art for avant-garde politics, a new social order that would have its own iconography in the geometrical shapes and plain colours of Malevich and El Lissitzky or in collages of incredible originality. I must admit I was, to some extent, intimidated by such revolutionary fervour, by all this propaganda presented in cold and hard-edged forms. I can only applaud the organisers of the exhibition.
Amongst the works of the most relevant Russian avant-garde artists and propagandistic posters, we find the first works by Deineka. Apart from graphic work, we are presented with his first monumental paintings. As we advance, with Lenin’s death and the rise of Stalin as a backdrop, the references that serve as historical context progressively disappear and leave Deineka as the solitary protagonist. Stalin’s arrival saw the end of avant-garde experimentation, considered useless for the proletariat, and the establishment of Socialist Realism as the only legitimate artistic expression. Aleksandr Deineka was, possibly, this tendency’s major figure, and this would probably explain the utter ignorance many of us had of his work, logical if we take into account the nearly inexistent attention the Stalinist period receives in artistic terms.
I feel obliged to thank the Fundación Juan March, once again, for revealing an artist to me that, had it been for art history manuals, I would probably never have discovered. Because the truth is that beneath the artist faithful to the regime, beneath the propagandist, lies a great painter. Deineka’s figures reveal affinities with other figurative tendencies of the time. The difference between him and the German painters ascribed to New Objectivity is the clean, optimistic air that dominates his paintings, expressed in the very way he applies the paint: not a weighty superposition of layers, but more a watery brushstroke which makes us think of watercolour instead of oil. I think Deineka’s greatest achievement is, above all, this apparent lightless that relieves the great canvases of weight. His mastery can also be appreciated in a series of paintings that move away from the world of labour and sport: small paintings, like quick notes, he made in his trip to the United States or the impressive portrait of three unemployed women from Berlin.
But maybe none of this is enough. I can imagine the looks of arrogant condescendence of some people before these paintings, feeling nearly as a personal avenge the fact that one of these Socialist Realists dares to compete with the virulent heroes of the Russian avant-garde. Painters like Deineka are, at best, historical documents. Art history books are filled with injustices like this, which institutions like the Fundación Juan March try to make up for with great intelligence, through unquestionable exhibitions.
The sad thing is that sometimes we end up in discussions alien to art in order to acclaim the role of this or that artist. I was about to list some reasons that could save Deineka in the eyes of those who might judge him for strictly non-artistic reasons. But to attribute anti-Communist or pro-avant-garde merits as if they were military medals just seems absurd to me. Yes, Deineka was a man faithful to the regime. So what? I am of those who think that art defends itself, and I am with Francisco Calvo Serraller when he says that to forget Aleksandr Deineka because of his belonging to this or that academic label would be the same as ignoring artists such as Hopper, Balthus, Spencer or José Gutiérrez Solana.
Aleksandr Deineka (1899-1969). An avant-garde for the proletariat. Fundación Juan March. Castelló 77, Madrid. Until 15th January.
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