“Mi padre me decía con frecuencia: ¿Ves esas nubes y distingues, como yo, formas cambiantes en ellas? Y me mostraba entonces, en el cielo mutable, apariciones de seres extraños, quiméricos y maravillosos”.
Así hablaba Odilon Redon al recordar su infancia. Una interpretación poética de esta cita podría incidir en cómo el artista, ya de niño, dirigía su mirada hacia el cielo, a modo de premonición del mundo fantástico que plasmaría en su obra plástica. Sin embargo, una de las cosas sobre las que incide la retrospectiva que la Fundación Mapfre dedica al pintor simbolista francés es que éste tenía los pies mucho más en la tierra de lo que cabría esperar.
Odilon Redon (Burdeos, 1840 - París, 1916), no fue un ejemplo de genio precoz. Él mismo reconoció que a los treinta años aún estaba buscando su camino. Tras “huir” del taller de Jean-Léon Gérôme, encontró un ambiente más afín en las clases del grabador Rodolphe Bresdin. Redon mostraría sus aptitudes para el aguafuerte con la primera serie de grabados que realizó, en 1879, titulada En el sueño. Los grabados marcan el definitivo punto de madurez en su carrera, dejando plasmado ya un mundo tremendamente personal.
La primera mitad de la exposición está copada por lo que el propio Redon llamaba sus Negros, conformados por grabados y dibujos a carboncillo. Ante todo, Redon es en esta época un gran dibujante, plenamente consciente del poder del negro. Uno no puede dejar de acordarse de otros grandes maestros en el uso de este color como Rembrandt o Goya, a quien Redon dedicaría una serie de grabados en 1885.
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Araña sonriente, 1881 |
Pero su obra estuvo inspirada por el arte del pasado en la misma medida que la literatura y, sorprendentemente, la ciencia. Fue fundamental su amistad con el botánico Armand Clavaud, quien despertó en él un profundo amor por el estudio de la naturaleza. Clavaud se convirtió en una especie de guía intelectual, que le inició en la lectura de Baudelaire, Poe o Darwin. Del interés por la obra de este último surgió su serie de grabados titulada Los orígenes, en clara referencia a El origen de las especies. Punto fundamental de la exposición, esta colección de litografías muestra a un Redon que es capaz de llevar el interés por la ciencia a su propio terreno, imaginando cómo la naturaleza creó los distintos seres que pueblan la tierra a través de una serie de escenas fantásticas. En la mayoría de estas obras negras prima un aire como de cuento infantil, de fábula, cuyos protagonistas podrían ser esa araña sonriente o ese grotesco pero simpático cíclope perteneciente a la serie aludida.
El cambio de siglo vio un progresivo acercamiento de Redon al color. Esto se aprecia claramente en la segunda parte de la exposición. Nada más subir a la segunda planta, nos vemos sorprendidos por una sala pintada de negro, de cuyas paredes cuelgan unos luminosos lienzos que Redon pintó para decorar las paredes de la residencia de su coleccionista Robert de Domecy. Merece una mención especial el trabajo de los organizadores de la muestra, en especial por las citas del propio Redon que encontramos en las paredes de las salas, siempre pertinentes y bien ilustradas por las obras colindantes. En esta sala en la que descubrimos a un Redon colorista, por ejemplo, encontramos comentarios del artista tales como, “¿Dónde están ahora esos negros?”
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Perfil sobre meandros rojos, c. 1900 |
A pesar de no desaparecer del todo, lo cierto es que esos negros van teniendo cada vez menos protagonismo. Aunque en el arte ninguna evolución es tan repentina como a veces sugieren las exposiciones, uno podría pensar que los dibujos de la primera planta y los cuadros de la segunda son de autores diferentes. Aprendemos no sólo que este gran dibujante se sabía desenvolver también con el pincel, sino que, además, era un colorista excepcional. Miremos donde miremos, no encontraremos en el mismo marco cronológico una pintura semejante a la de Odilon Redon. Y, a pesar de ello –o quizá precisamente por ello–, es una figura que no acaba de encajar en la línea vanguardista marcada por la historiografía artística imperante, cada vez más en revisión.
Expertos en recuperar a personajes olvidados fueron los surrealistas, de quienes uno puede acordarse en la sección de la exposición centrada en torno a la obra Ojos cerrados de 1890. La mirada hacia el mundo interior, que Redon reflejó de manera muy original, fue uno de los grandes pilares del movimiento liderado por Breton. Los temas espirituales a los que Redon alude, tan lejanos del positivismo científico de los pintores naturalistas, se ven reforzados por ese cromatismo tan especial. Redon fue un verdadero renovador del uso del pastel, y exprime las posibilidades de ese material, creando contornos difuminados o sorprendentes mezclas de colores. Sabe, igualmente, conseguir los mismos efectos con la pintura, de modo que uno a veces no sabe distinguir a primera vista la técnica empleada. Son escenas, iba a decir, oníricas, pero quizá sería más preciso hablar de escenas somnolientas, aletargadas.
En la parte final de la exposición, algunos cuadros tienen un enorme sentido decorativo. Desde luego, esto tiene mucho que ver con la relación de Redon con los nabis y la admiración que tanto uno como otros, como tantos a finales del siglo XIX, sintieron hacia el arte japonés. Hay cuadros de los últimos veinte años de vida de Redon que podrían ser tapices o alfombras. Cómo no acordarse de Maurice Denis o Édouard Vuillard.
Es innegable que la de Odilon Redon es una obra que se aleja de la objetividad material para entrar en el terreno de lo espiritual. Una producción tan imaginativa depende en gran medida de un mundo interior muy rico. Redon nunca negó, sin embargo, que su inspiración estaba en la naturaleza: “la naturaleza se convierte en mi fuente, mi levadura, mi fermento. Por este origen considero mis invenciones «verdaderas»”. Hemos de entender que, para Redon, esto valía tanto para sus cuadros más mundanos, como esos magníficos bodegones con flores, como para temas místicos, como el Buda de en torno a 1905. A fin de cuentas, parece decirnos, todo arte bebe de una misma fuente, la naturaleza. Lo que corresponde al artista es convertir esa realidad en bruto en una “flor única”, asimilándola y haciéndola pasar por su filtro particular. En el caso de Odilon Redon, ese filtro era el de una imaginación desbordante.
Odilon Redon (1840-1916). Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Hasta el 29 de abril.
Redon, the filter of imagination
‘My father used to tell me: Do you see those clouds and distinguish, as I do, changing forms in them? And then he would show me, in the mutable sky, the apparition of strange, chimeric and wonderful beings.’
Thus spoke Odilon Redon when remembering his childhood. A poetic interpretation of this quote would probably focus on how the artist, even as I child, placed his thoughts in the sky, as if it were a premonition of the fantastic world to come in his future paintings. However, one of the things we learn from the artist’s retrospective at Fundación Mapfre is that this French Symbolist painter had his feet much more on the ground than we could expect.
Odilon Redon (Bordeaux, 1840 - Paris, 1916), was not an example of a precocious genius. As he himself put it, at thirty he was still in search of a personal path. After ‘fleeing’ Jean-Léon Gérôme’s studio, he found a more akin environment in the classes of the engraver Rodolphe Bresdin. Redon would show his talent for etchings with his series In dreams of 1879. These works mark the artist’s definitive maturity, revealing a very personal world of his own.
The first half of the exhibition revolves almost completely around what Redon himself called his Blacks, consisting of etchings and of drawings made with charcoal. If anything, Redon at this stage is a great drawer, completely aware of the power of black. One can only be reminded of other greats in the use of this colour such as Rembrandt or Goya, to whom Redon dedicated another series of etchings in 1885.
But his work was inspired by art of the past as much as by literature and, surprisingly, science. Vital was his friendship with the botanist Armand Clavaud, who aroused in him a profound love towards the study of nature. Clavaud became a kind of intellectual guide, who recommended the reading of Baudelaire, Poe and Darwin. An interest in the work of the latter gave birth to a series titled The Origins, in clear reference to The Origin of Species. A key point in the exhibition, this collection of lithographs shows Redon taking his interest for science to his own territory, producing a series of scenes that dwell upon nature’s possible experiments before giving birth to the inhabitants of the Earth. The most part of these black works have an air of children’s tale, of fable, whose protagonists could be that smiling spider or that hideous yet friendly-looking Cyclops from the alluded series.
The turn of the century saw a progressive leaning towards the use of colour. This is made clear in the second part of the show. As soon as we enter the second floor, we are surprised to find ourselves in a room painted in black, from whose walls hang various luminous canvases painted by Redon as decorative motifs for the residence of the art collector Robert de Domecy. The exhibition’s organisers deserve a special mention here, especially for the placing of quotes by Redon, always pertinent and well illustrated by the works that hang near them. In this room, for example, in which we find a colourful Redon, we read quotes by the artist such as, ‘Where are those blacks now?’
Despite not disappearing completely, the truth is that those blacks are ever more hard to find as we proceed towards the end of the exhibition. Although no evolution in art is ever as sudden as an exhibition may suggest, one could be fooled to think that the works of the ground floor and those of the first were made by different artists. We learn not only that this great drawer could also treat the brush with great skill, but also that he was exceptional in the use of colour. No matter where we look, we won’t find painting similar to Odilon Redon’s among the art of his time. Yet, despite this –or maybe precisely because of it–, he is a figure that never seems to fit in the narrative of the avant-garde created by the prevailing critique (which is progressively being revised).
The Surrealists, of one whom can be reminded when looking at the painting Closed Eyes, were experts in recovering forgotten artists. The look towards one’s inner self, very originally posed by Redon, was a central piece to the movement led by Breton. The spiritual themes presented by Redon, so distant from the naturalist painters’ scientific positivism, are taken even further by those special colours. Redon was a true innovator in the use of pastel, and took the technique to its limits, creating blurred contours and surprising mixes of colours. Furthermore, he takes paint to similar planes, making it sometimes difficult to distinguish what material is being used. I was about to classify these scenes as dreamlike, but it may be more precise to say sleepy, drowsy.
Throughout the last part of the exhibition, some paintings have an enormous decorative look. This, of course, has much to do with Redon’s relationship with the Nabis and the admiration they all felt towards Japanese art, as was the case with so many European artists at the end of the 19th century. Some paintings from Redon’s last twenty years of life look like tapestries or carpets. It’s difficult not to be reminded of Maurice Denis or Édouard Vuillard.
It’s unquestionable that Odilon Redon’s work is one that flees from objectivity and enters the field of the spiritual. Such an imaginative oeuvre requires a very rich inner world. But Redon never denied that his inspiration lay in nature: ‘nature becomes my source, my yeast, my ferment. Because of this origin, I consider my inventions «true».’ We must understand that, for Redon, this was applicable to his more ‘mundane’ paintings, like his magnificent still lifes, as well as for mystical themes, such as his Buddha of around 1905. In the end, he seems to tell us, all art drinks from one same source: nature. The artist’s job is to transform that raw reality into a ‘unique flower’, assimilating it and making it pass through his or her own personal filter. In the case of Odilon Redon, this filter was one of overwhelming imagination.
Odilon Redon (1840-1916). Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Until 29th April.