lunes, 26 de marzo de 2012

Migas y arte contemporáneo

Hace poco hice una escapada a la Mancha, en uno de esos bucólicos éxodos urbanos de fin de semana que caracterizan al verdadero burgués urbanita. Atravesando por carretera los campos de Montiel, divisando a lo lejos los molinos de Campo de Criptana, supongo que era inevitable pensar en el Quijote, tema bien explotado por los ayuntamientos de la zona, como pude comprobar en un documental en que varios municipios pugnaban por ser el lugar de la Mancha. Un hombre dedicado durante años a estudiar todos y cada uno de los movimientos de don Quijote llegaba a afirmar que si hoy reviviera Cervantes y dijera que el lugar de la Mancha no era el que él afirmaba, tendría que decirle, con mucha educación, eso sí, que se equivocaba.
     Según uno de estos estudios –el más exhaustivo, al parecer– el lugar en el que pensaba Cervantes era Villanueva de los Infantes, localidad a la que yo me dirigía. En el pueblo hay constantes referencias a la novela, empezando por unas esculturas de don Quijote y Sancho en la plaza mayor. No me parece mal que se recurra a protagonistas de la literatura o el arte como reclamos turísticos. De hecho, creo que en España aún no se sabe sacar todo el provecho a un riquísimo patrimonio cultural, material e inmaterial. Muchos son los casos, sin embargo, en que ese reclamo cultural se limita a la venta de burdos souvenirs.
     Desde luego que a uno le interesan los monumentos histórico-artísticos que pueblan los lugares que se visitan, pero no es menos cierto que uno de los grandes placeres de una escapada es echarse a la boca un plato abundante de alguna especialidad culinaria local. En este caso, el estar en la Mancha se juntó con mi añoranza por un buen plato de migas, de modo que antes de salir de casa ya sabía qué le pediría al camarero cuando viniera a tomar nota.
     En mi paseo por la calle principal de Villanueva de los Infantes (de nombre Cervantes, como es lógico), andaba atento a la pinta que tenían los restaurantes y a si en ellos podría encontrar el plato deseado. Hubo algo, sin embargo, que me llamó más la atención. En medio de un muro encalado se abría paso una estructura de cristal que marcaba el punto de acceso a un museo. Tras la puerta de vidrio, un cartel leía, “«El Mercado». Museo de Arte Contemporáneo”. Reconozco que pensé en despilfarro de dinero público antes de preguntarme lo que habría en su interior. A juzgar por las políticas de caciques regionales en los últimos tiempos, imaginaba una colección de supuestos maestros locales, en un intento de legitimación del ADN artístico manchego, tal y como se ha venido haciendo a lo largo y ancho de España en un alarde de reduccionismo mezquino.
     A pesar de mis temores, me decidí a entrar y tuve que comerme mis palabras cuando me encontré con los llamativos colores de un Miró. Aún más, este cuadro no era una excepción a modo de anzuelo: junto a él colgaban obras de Joaquín Peinado y Francesc Català Roca, entre otros. Un notable elenco nada más empezar. Y la cosa no decayó en absoluto. Todos los representados en la colección –donada por un coleccionista local, Julián Castilla– son artistas muy relevantes del arte español contemporáneo. Como se suele decir, no están todos los que son, pero son todos los que están. Asombra ver la sucesión de nombres: Arroyo, Genovés, Navarro Baldeweg, Pérez Villalta, Plensa, Uslé, Valdés. En lo que se refiere a fotografía, no sé si alguna vez he visto expuestas en las mismas paredes obras de Ouka Leele, García-Alix, Chema Madoz y Cristina García Rodero.
     A la salida, no quise reparar demasiado en si la remodelación de aquel antiguo mercado de abastos y su reconversión en museo había sido un acto de filantropía o de oportunismo político. No sabría decirlo porque no dispongo de datos. Lo cierto es que aquel descubrimiento me alegró la mañana. De lo que más me acuerdo es de un precioso cuadro de Juan Genovés, el cual seguía teniendo en mente cuando, horas después, me senté a la mesa y pedí mi plato de migas.

“El Mercado”. Museo de Arte Contemporáneo. Calle Cervantes, 17. Villanueva de los Infantes, Ciudad Real.

Vista del museo, con obras del Equipo Crónica, Eduardo Arroyo y Manolo Valdés


Migas and contemporary art

I recently made a trip to La Mancha, in one of those bucolic weekend escapes that defines the true bourgeois city dweller. Driving through the fields of Montiel and seeing the windmills of Campo de Criptana in the distance, I suppose it’s inevitable to think of Don Quixote, a well-exploited subject by the region’s towns and cities, as I was able to witness in a documentary in which various local governments claimed to be the place in La Mancha where Don Quixote began his adventures. A man dedicated to the study of each and every one of the knight-errant’s moves even claimed how, if Cervantes rose from the tomb and told him that the place in La Mancha was not the one his studies had led him to believe, he would have to respectfully tell the author he was wrong.
     According to one of these studies –the most exhaustive, it seems– the place Cervantes was thinking of was Villanueva de los Infantes, the town I was heading for on my weekend excursion. There are many references to the novel there, beginning with the sculptures of Don Quixote and Sancho Panza in the town’s main square. I don’t think it’s a bad thing to use figures from literature and art as touristic attractions. In fact, I think Spain hasn’t yet learned how to take advantage of its very rich cultural heritage. In many cases, this cultural reclaim is limited to the sale of souvenirs.
     Of course one is interested in the historical and artistic monuments of the places one visits, but it’s not less true that one of the pleasures of travelling is enjoying an abundant plate of a local speciality. In this case, the fact I was in La Mancha coincided with my yearning for a good plate of migas. Before I had even left home, therefore, my mind was already made up as to what I would ask the waiter when he asked what I would like to eat.
     During my walk through Villanueva’s main street (named Cervantes, obviously), I had my eye out for the look of the restaurants I passed and wondered if I could find the desired plate there. There was something that caught my eye even more, though. In the middle of a whitewashed facade, a glass structure marked the entrance to a museum. Through the transparent door, a sign read, ‘«El Mercado». Museum of Contemporary Art.’ I admit that before I asked myself about what there was inside I thought of the possible squandering of public resources. Judging by the policies of regional chiefs in recent times, I imagined a collection of local ‘masters’, in an attempt to lay down La Mancha’s artistic DNA, as has been done all across Spain in miserable fashion.
     Despite my fears, I decided to go inside and realised I was wrong when I saw the eye-catching colours of a painting by Miró. And it wasn’t an exception: alongside it hung works by Joaquín Peinado and Francesc Catalá Roca. A significant selection right from the beginning. The works in the collection –donated by local art collector, Julián Castilla– belong to very significant names in Spanish contemporary art. There are, obviously, many missing, but the ones present (except a collection of local painters) are all acclaimed figures. It’s surprising to see the succession of names: Arroyo, Genovés, Navarro Baldeweg, Pérez Villalta, Plensa, Uslé, Valdés. And if we refer to photography, I don’t know if I’ve ever seen on the same walls works by Ouka Leele, García-Alix, Chema Madoz and Cristina García Rodero.
     As I was leaving, I didn’t think much about whether the reconversion of this old market into a museum had been an act of philanthropy or political opportunism. I really couldn’t say, since I have no facts on the subject. The truth is this discovery made my morning more worthwhile. The thing I most remember is a beautiful painting by Juan Genovés, of which I was still thinking when I sat down and asked for my plate of migas.

‘El Mercado’. Museum of Contemporary Art. Calle Cervantes, 17. Villanueva de los Infantes, Ciudad Real.


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