sábado, 17 de marzo de 2012

Seis lecciones de Ràfols Casamada

Puerta blanca, 2004
Para mi vergüenza debo reconocer que hasta hace bien poco sólo conocía a Albert Ràfols Casamada (Barcelona, 1923-2009) de oídas. Era consciente de su lugar de preeminencia entre los pintores españoles de la segunda mitad del siglo XX, pero si hace unas semanas me hubieran preguntado por su obra, no hubiera sido capaz de asociar una imagen a su nombre. La recientemente inaugurada galería Fernández-Braso (que abrió sus puertas con otra figura insigne, Pablo Palazuelo) le dedica ahora una exposición significativa, recogiendo pinturas realizadas entre los años 1981 y 2007.
     En un texto que dediqué a Robert Irwin, recuerdo que dejé constancia de una mezcla de sonrojo e ilusión: sonrojo por mi ignorancia, ilusión ante el descubrimiento de un gran artista. Me reafirmo en que a veces la ignorancia puede ser un gran aliado. Este fue el caso aquí, donde me encontré con unas obras de un refinadísimo lirismo. Cierto que como licenciado en Historia del Arte por una universidad española, uno tendría que estar familiarizado con la obra de un artista español tan importante. Desde luego, pero de ser así estoy seguro que mi encuentro con sus cuadros no hubiera sido tan placentero.
     Lo que sí sabía es que este pintor catalán figuraba entre los artistas que habían aportado textos para un libro editado por Francisco Calvo Serraller en los años ochenta, El arte visto por los artistas. Compartía reflexiones con otros grandes del arte español contemporáneo (Saura, Arroyo, Guerrero…) y sus palabras no tienen desperdicio. He creído conveniente recoger aquí algunas de esas reflexiones, verdaderos aforismos, antes que elaborar todo un discurso propio, que, con las prisas por subsanar mi ignorancia, hubiera resultado algo hueco.
     Antes de ello sí me gustaría reafirmarme en algo que ya ha aparecido, más o menos veladamente, en textos míos anteriores: la importancia que tiene ver las obras de arte. Y con ver no me refiero a verlas a través de reproducciones. Éstas tienen, sin duda, gran utilidad, pero uno no puede basarse exclusivamente en ellas si pretende formarse un juicio mínimamente serio sobre la obra de tal o cual artista. Con reproducciones, lo más a lo que podemos aspirar es a tener humildes opiniones, pero nunca juicios con fundamento. Esto me pasó con varios cuadros de Ràfols Casamada, que un principio no me decían gran cosa pero que, con observación paciente, me revelaron toda su potencia y belleza.

No conocer el resultado hasta que por sí mismo se nos revela.

Saber qué queremos decir, pero no lo que acabaremos diciendo.

Espontaneidad en el proceso, rigor en el resultado.

Pintamos aquello que queremos ver.

Todos tenemos delante las mismas cosas, pero las sentimos de un modo distinto.

La primera condición para ver es saber mirar.

Para ver, añadiría yo, hay que estar delante del cuadro.


Albert Ràfols Casamada. Pintar el espacio. Galería Fernández-Braso. Calle Villanueva, 30. Madrid. Hasta el 31 de marzo.


  
Six lessons by Ràfols Casamada

To my disgrace, I must admit that until not long ago I knew Albert Ràfols Casamada (Barcelona, 1923-2009) only by name. I was aware of his privileged position amongst the Spanish painters of the second half of the 20th Century, but if someone had asked me a few weeks ago about his work, I wouldn’t have been able to put an image to his name. Fernández-Braso gallery (which opened four months ago with another great, Pablo Palazuelo) dedicates an exhibition to the Catalan painter, with a collection of works from 1981 to 2007.
     In a text I wrote about Robert Irwin, I remember saying how I had felt embarrassment and, at the same time, excitement: embarrassment for my ignorance, excitement at my discovery of a great artist. I am reassured in the belief that ignorance can sometimes be one’s greatest ally. Such was the case here, where I was impressed by profoundly lyrical paintings. True that, as a graduate in Art History from a Spanish university, one should really be familiar with artists of this stature. True, but if that had been the case my encounter with these works would have been less pleasant.
     What I did know was that this Catalan painter had written a text for a book edited by Francisco Calvo Serraller in the eighties, El arte visto por los artistas (Art seen by artists). He shared thoughts with other Spanish greats (Saura, Arroyo, Guerrero...) and his words are very worth reading. I thought it more convenient to present some of those thoughts, or aphorisms, rather than trying to elaborate an analysis of my own which, in a rush to make up for my ignorance, might have resulted a weak effort.
     Before doing so I would like to reaffirm myself on something that has appeared before, more or less explicitly, in earlier texts: the importance of seeing the works of art. By this I don’t mean seeing them through photographs. These are doubtlessly very useful, but one cannot base him or herself exclusively on them if they intend to acquire a serious opinion on an artist’s work. Through photos, the best we can aim for are humble opinions, but never solid judgments. I base this on my personal experience with several of Ràfols Casamada’s paintings, which, at first, didn’t seem very interesting but, after patient observation, revealed to me all their power and beauty.

Not to know the result until the result reveals itself to us.

To know what we want to say, but not what we will end up saying.

Spontaneity in the process, rigour in the result.

We paint what  we wish to see.

We all have the same things before us, but we feel them in different ways.

The first condition in order to see is to know how to look.

In order to see, I would add, one needs to be in front of the painting.


Albert Ràfols Casamada. Painting space. Galería Fernández-Braso. Calle Villanueva, 30. Madrid. Until 31st March.

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