domingo, 13 de mayo de 2012

Caminos hacia lo absoluto

Postludio (YT-07-147), 2007 (Galería Javier López)
Hay obras de arte que impactan a primera vista y que, a pesar de su sutileza, nos subyugan antes de poder decidir si nos gustan o no. Cabría decir algo así al hablar de los cuadros de José María Yturralde (Cuenca, 1942) que se exponen hasta finales de mayo en la galería Javier López.           
     Este artista, valenciano de adopción, lleva años investigando cómo las formas geométricas y su manipulación pueden conducirnos hacia lo intangible, lo infinito, lo absoluto. Es de suponer que todo buen arte aspira, en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente, a algo parecido. El acercamiento a la geometría por parte de Yturralde no ha sido meramente intuitivo, sino que se ha planteado siempre desde perspectivas estrechamente ligadas a las matemáticas y la óptica. Su estudio incesante del espacio y sus posibilidades le han llevado a crear sus “Figuras imposibles”, a fabricar una serie de esculturas voladoras o a preguntarse por la cuarta dimensión. No es raro descubrir que en 1968 fue de los primeros artistas en España en experimentar con las posibilidades de los ordenadores como parte de su beca en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid.
     La exposición de la Javier López nos presenta exclusivamente la faceta pictórica de Yturralde, a la que el artista volvió de lleno a partir de mediados de la década de los 80. En concreto, encontramos cuadros pertenecientes a sus dos últimas series: Postludios y Horizons. Lo primero que me llama la atención son los primeros, colgados en la pared derecha de la gran sala diáfana. Esta serie consiste en monumentales lienzos cuadrados en los que se superponen dos cuadrados de color. El encuentro entre ambos se produce mediante una sutilísima degradación. Me impresiona especialmente el cuadro formado por un marco rosa y un gran cuadrado negro que parece engullir al espectador. El negro, la oscuridad, es, en principio, el mejor sinónimo de lo infinito, de lo absoluto, pero uno comprueba aquí que cada uno de estos cuadros, debidamente observados, desprende una energía que lo paraliza todo.
     Esa sensación de verse transportado a otro lugar –a otra dimensión–, recuerda a otros grandes pintores capaces de dotar de enorme elocuencia y emoción a lo que en apariencia no son más que formas y colores dispuestos sobre una tela. Pienso, inevitablemente, en Rothko, cuya capilla de Houston aparece fotografiada en uno de los catálogos de Yturralde que la galería pone a disposición de los visitantes. Pero más allá de ese sobrecogimiento que produce mirarlas, es igualmente gozoso detenerse en los aspectos más mundanos, pero quizá más sorprendentes, de estas obras. Por ejemplo, pensar que están realizadas con pintura acrílica o tratar de encontrar la pincelada en esas sutilísimas colisiones entre colores. Creo obligatorio decir en este punto que una fotografía de estos cuadros, por buena que sea, no podrá hacerles justicia jamás.
     Paso a ver los “Horizontes” –la otra serie presente aquí– y me encuentro con una delgada franja negra que trata de hacerse un hueco entre la inmensidad de un ardiente rojo. En esta serie el tono claro suele ser el predominante, siendo el horizonte una línea más oscura que, a pesar de atravesar de izquierda a derecha o de arriba abajo el lienzo, se integra perfectamente en el fondo mediante el difuminado. Sin embargo, hay algunos cuadros –dos, concretamente– que rompen esa pacífica convivencia entre los colores: sobre un fondo negro, una franja de color potente y luminoso parte por la mitad el rectángulo verticalmente. Yturralde da un paso más y coloca sobre ese color una franja negra, esta vez sin difuminar, sino con los límites perfectamente definidos. Frente a la mayoría de los cuadros, en los que los colores conviven gracias a la gradación, aquí encontramos que se nos pone delante un obstáculo. Produce un efecto interesante: dota de mayor intensidad al color que late debajo con gran fuerza. Estos dos cuadros son, curiosamente, los de fecha más reciente, lo cual hace pensar en una posible nueva vía dentro de la obra del pintor.
     En la galería me comentan que el propio Yturralde, que se encuentra como pez en el agua con las estructuras cuadradas, que lleva practicando durante muchos años, tiene sus dudas respecto a los “Horizontes”; no está seguro de que funcionen bien las composiciones. Pero no hay más que ver un bellísimo cuadro en que un azul oscuro atraviesa y tiñe el fondo verde para comprobar que, al igual que las icónicas pinturas cuadradas, esos horizontes marcan el camino hacia lo absoluto.

Geometrías del infinito. Galería Javier López. Guecho, 12 B. La Florida, Madrid. Hasta finales de mayo.

Izar, 2012 (imagen cedida por Galería Javier López)

Routes to the absolute
 
Some works of art impact us from the moment we look at them and, despite their subtlety, captivate us before we can decide if we like them or not. Something like this could be said about the paintings of José María Yturralde (Cuenca, 1942) exhibited at Javier López gallery until the end of May.
     This artist, long established in Valencia, has largely explored how the use of geometrical forms can lead us to the intangible, the infinite, the absolute. One should think all good art aspires, conscious or unconsciously, to do the same. Yturralde’s approach to geometry has not been merely intuitive, but rather scientific, with great interest in mathematics and optics. His deep study of space and its possibilities have led him to create his “Impossible Figures”, make a series of flying sculptures or consider the fourth dimension. It’s not strange to discover that in 1968 he was one of the first Spanish artists to experiment with computers as part as his scholarship at the Calculus Centre at Madrid University.
     The exhibition at Javier López presents us exclusively with Yturralde’s painting, to which the artist fully returned in the mid 80’s. We find paintings that belong to two of his last series: Postludios and Horizons. The first to call my attention are the Postludios, that hang on the right wall of the large room. This series consists of monumental square canvases, on which two squares of different colours are painted. The clash between the two colours is actually a very subtle gradation. I’m especially impressed by the one formed by a pink background and a large black square that seems to swallow us. Blackness, darkness, seems the best synonym of the infinite, of the absolute, but one finds that each one of these paintings, closely looked at, gives off an energy that paralyses everything.
     The sensation of being transported to a different place –a different dimension–, reminds us of other great painters capable of giving great eloquence and emotion to what are apparently nothing more than forms and colours distributed on a canvas. I think, inevitably, of Rothko, whose chapel at Houston appears in a photograph in one of the catalogues the gallery provides for the visitors. But apart from the amazement they produce, it’s equally enjoyable to consider some of the more mundane, but maybe more surprising, aspects of these works. For example, to think they have been made with acrylic paint or trying to find the trace of brushstrokes on those greatly subtle gradations of colour. I feel obliged to say at this point that a photography of these paintings, however good, will never live up to the real thing.
      I approach the Horizons –the other series present here– and I find a thin  strip of black that tries to make a place for itself amongst the immensity of a burning red. In this series, the light tone is usually the predominant one, being the horizon a darker line that, despite crossing the canvas from left to right or from top to bottom, is perfectly integrated with the background due to the gradation of tones. On the other hand, though, there are two paintings of this type that disrupt this harmony between colours: on a black background lies a strip of colour that splits the canvas at the middle, vertically. Yturralde goes a step further by placing a black strip on top of that strong vertical colour. This time, though, there is no gradation whatsoever; the limits of that black strip are perfectly delimited. On the contrary to the majority of the paintings, in which colours coexist thanks to gradation, here we find an obstacle before us that blocks our view. It produces an interesting effect: it gives more intensity to the colour that beats underneath with great strength. These two paintings are, curiously, the most recent works in the exhibition, which might well mean the beginning of a new chapter in the artist’s oeuvre.
     At the gallery they tell me that Yturralde himself, who is confident with his square compositions, on which he has worked for many years, has his doubts about the Horizons series; he isn’t sure whether the compositions actually ‘work’. I think we only need see a very beautiful painting on which a dark blue crosses the green background in order to realise that, as with the iconic square paintings, these horizons mark the way towards the absolute.

Geometries of the infinite. Javier López Gallery. Guecho, 12 B. La Florida, Madrid. Until the end of May.