A mi alrededor se presentan una cohorte de personajes inverosímiles: una niña con cabeza de león, un pingüino con sombrero, un canguro con cara de mono. Las figuras aparecen contra fondos oscuros, neutros, desterrando toda posibilidad de concreción. ¿Dónde se encuentran? ¿Qué hacen aquí?
En la mejor tradición surrealista, Liliana Porter (Buenos Aires, 1941) configura imágenes sin un significado premeditado, simplemente creadas y expuestas al espectador para que sea éste el que las dote, o no, del significado oportuno. Complica algo la cosa el hecho de que los protagonistas de estos fotograbados no sean seres animados, sino pequeñas figuras que la artista adquiere en mercadillos, tiendas de antigüedades y “otros lugares raros”, en sus propias palabras. ¿Pueden estas obras de arte, por tanto, decirnos algo?
Dicho en abstracto, tal y como lo he expuesto, poco podríamos decir. Es sorprendente, sin embargo, plantarse frente a las fotografías y comprobar cómo éstas pueden llegar a inquietarnos, invitarnos a pensar o a hacernos sonreír. Todas las respuestas son válidas. Al fin y al cabo, el arte no hace más que despertar nuestros instintos, nuestra inteligencia, nuestros prejuicios, nuestro bagaje vital para ponerlo todo al servicio de tratar de descifrar la imagen que tenemos delante de los ojos.
Cuando se piensa en fotografía, no sé por qué uno siempre cree que ésta debe adecuarse a una escala humana: fotografías de personas, de edificios, de paisajes. Liliana Porter toma como sujetos a figuras de apariencia humana o animal pero de tamaño enormemente reducido y les toma fotos como si fueran seres de carne y hueso. Este hecho, en apariencia poca cosa, nos obliga a reorientarnos y abandonar momentáneamente nuestros prejuicios racionales. Dejamos atrás el reino de la razón; hemos entrado en el terreno del arte.
Niña/León, 2010 |
Las escenas quedan más abiertas si cabe por la ausencia total de contexto. Me vienen a la cabeza las pinturas de De Chirico y de Magritte. Pienso en surrealismo y pienso en esos tres estados que, para los teóricos de este movimiento, eran los de mayor lucidez: el sueño, la locura y la niñez. Veo aquí un ejemplo práctico, porque en estas obras de Liliana Porter no puedo dejar de intuir un aire infantil, de mentirijilla. Un niño seguramente se sorprendería menos al ver estas imágenes de lo que podríamos hacerlo nosotros, adultos maduros y racionales. Los niños están constantemente dando vida a seres inanimados. Toman sus muñecos y les hacen hablar, conducir coches o volar. Lo que la artista hace aquí es ni más ni menos que jugar como lo hace un niño con sus juguetes.
Yo miro estos personajes de Liliana Porter con cierta ternura, como al niño que con sólo ponerse una careta se cree metamorfoseado en un personaje de ficción o en un animal. Al que lo ve desde fuera, sin embargo, le saltan a la vista enseguida los detalles que lo delatan: al niño vestido de soldado romano se le notan a la legua las zapatillas de deporte, de igual modo que uno de los personajes de Liliana Porter, un patito, por muy bien que lleve un vestido de bailarina, no puede disimular las plumas y el pico. A los niños todo esto les da bastante igual. Sean o no veraces sus atuendos, son capaces de enzarzarse en batallas imaginarias y expediciones inverosímiles en el patio del colegio.
Es sorprendente el poder transformador del arte. Visto en otro contexto, en otro lugar, estos muñecos parecerían inocentes y banales. Monumentalizados de esta manera, sin embargo, la artista abre la puerta a numerosas interpretaciones. Recalco la palabra abrir. Es un terreno de insinuaciones en el que se mueve Liliana Porter. El terreno del arte, en fin.
Liliana Porter. Disguise. Galería La Caja Negra. Fernando VI, 17, 2º izqda. Madrid. Hasta el 10 de marzo.
Liliana Porter’s disguises
A reunion of unlikely characters surrounds me: a girl with the head of a lion, a penguin with a hat, a kangaroo masked as a monkey. The figures appear against dark backgrounds, banishing all possible context. Where are they? What are they doing there?
Following pure surrealist tradition, Liliana Porter (Buenos Aires, 1941) creates images with no premeditated meaning; they are simply created and given to the spectators, and they are the ones who ultimately give these works an explanation (or not). The fact that the protagonists of these photoengravings are not living creatures complicates things a bit. They are small figures that the artist finds in flea markets, antique shops and ‘other strange places,’ in her own words. Therefore, can we actually relate to these works of art?
Roughly exposed, as I have done, we can’t really say very much. It’s surprising, however, to observe these photographs and witness how they can get to intimidate us, make us think or make us smile. Because they are all valid answers. After all, if there’s something art does, it is to put our instincts, our intelligence and our prejudices to work in order to decipher what we have before our eyes.
When considering photography, one always seems to think of it from a human scale: photos of people, of buildings, of landscapes. What Liliana Porter takes as subjects of her works, though, are small-scale human or animal-like figures which she treats as if they were living creatures. This apparently arbitrary procedure shakes us and forces us to temporarily abandon our rational prejudices. We leave behind the realm of reason; we have entered the territory of art.
The scenes are left still more open due to the complete absence of context. Paintings of De Chirico and Magritte come to mind. I think of Surrealism and I think of those three states which the theorists of this movement understood as the most lucid: sleep, madness and childhood. I see how these works by Liliana Porter distil a childish air, an air of innocent disguise. A child would probably have less problems in seeing these images than we, mature and rational adults, would. Children are constantly giving life to non-living things. They take their toys and make them talk, drive cars or fly. What the artist is doing here is nothing more and nothing less than to play like a child would do with his or her toys.
I look at Porter’s characters with certain tenderness, like I would the boy or girl who, by the mere act of putting on a mask, believes he or she has become a fictional character or an animal. The person who sees it from the outside, though, becomes immediately aware of the details that give them away: a boy’s sport shoes can be seen a mile away even if he is dressed up as a Roman soldier, in the same way one of Liliana Porter’s characters, a small duck, despite her well-worn ballerina dress, cannot hide her feathers and her beak. But children don’t really care about all this. Be their costumes realistic or not, they are capable of fighting imaginary battles and undertake fantastic expeditions in the playground.
Art’s capacity to transform reality never ceases to surprise me. Seen in another context, these toys could seem innocent and banal. Monumentalised in this way, though, the artist opens the door to numerous interpretations. I stress the verb to open. Liliana Porter’s is a territory of insinuations. The territory of art.
Liliana Porter. Disguise. Galería La Caja Negra. Fernando VI, 17, 2º izqda. Madrid. Until 10th March.